Estoy cargando a Kelly, meciéndola entre mis brazos, y no puedo contener las lágrimas. Estaban fuertes los gritos de mi padre y me limitaba a escucharlo, mi hija se había empezado a inquietar y mi madre se encontraba en el umbral de la puerta de mi habitación, viéndome preocupada, pero a la vez, enojada y decepcionada por lo que habían descubierto: había olvidado guardar en mi caja de zapatos debajo de mi cama, las dos bolsas restantes de droga que había comprado la noche anterior. Me sentí humillada por la situación, ya que la mayoría de las chicas mayores de 18 años, y mucho más, las chicas que son madres a temprana edad eran independientes y vivían sus vida como les complacía, pero yo no. Y tenía un problema. Por fin lo había admitido; una adicción a las drogas. Podría tener la edad suficiente para tomar mis propias decisiones y elegir que hacer. Cometería errores y aprendería de ellos. Sin embargo, mis padres no lo veían de ese modo. Mucho menos con esta adicción. Mi madre estaba ahí escuchando los arrebatos y reclamos de mi papá. Sus ojos estaban llenos de agua y enrojecidos; tan parecidos a los míos, que la había decepcionado. Y eso me dolía más que cualquier grito o castigo.
— ¡Ya basta Elena! — gritó mi papa dándole un puñetazo a la puerta.
— ¡Deja de gritar la bebé ya se alteró! — espetó mi madre, arrebatándome a Kelly sin mirarme a los ojos.
Ella se fue, dejándome sola con mi papá.
Un silencio fúnebre e incómodo invadió la habitación mientras yo me sentaba al borde de mi cama, con la mirada baja, las manos temblorosas y con un sinfín de pensamientos encontrados.
— Dime, hija, ¿qué hicimos mal para que tú nos hicieras esto? ¿Qué te hace falta? ¿Qué necesitas? ¿Qué quieres?
Tragué saliva. Ni siquiera se me ocurrió que decir.
— ¿Por qué te drogas?
Suspire lentamente, viendo al vacío en el suelo, frotando las manos entre sí. No sabía que decir, realmente no había respuesta alguna o algo que justificara mi mal comportamiento. Estaba muy mal.
— No lo sé...
— ¡No! Dame una respuesta concreta, ¿Por qué?
Lo miré a los ojos y el observo los míos con desilusión.
— Elena, lo peor de todo es que tienes a alguien que te sigue y que, a la larga, imitara tu comportamiento. Tú eres el más grande ejemplo para Kelly. –espetó mi padre con furia.
Mis ojos se comenzaron a llenar de agua.
— No lo sé. Solamente siento que lo necesito, cuando quiero hacerlo busco la manera y lo hago y...
— ¿Eres adicta? ¡Ya eres una adicta a la cocaína! ¿Qué más? ¿Qué más te has metido? ¡Sé sincera! — grito agitándome los hombros con sus manos y mirándome a los ojos fijamente.
Esta vez me sentía como en un episodio de Euphoria o Gossip Girl, pero a excepción, de que soy una madre sola llena de inseguridades y muy confundida.
El llanto se hizo presente y cubrí mi rostro con mis manos.
— ¡No, no, no! ¡No vas a evadir esto hija! — grito al momento que me retiraba las manos de la cara — ¡Tienes que pensarlo, decirlo y aceptarlo! ¡Di: soy adicta a la cocaína! ¿Solamente eso?
Pestañee al momento que también limpiaba mis mejillas con mis dedos. Tragué el nudo que estaba en mi garganta para responder con la voz rota:
— A veces es mota, y a veces LSD, no sé. Pero cocaína siempre ha sido.
— ¡Dios mío! — mi padre se pasó la mano en el rostro y la otra en la cintura — Te vamos a tener que anexar. ¿Hace cuánto tiempo?
— Un año — confesé llorando.
Él me miro impasible delante de mí con ojos de desilusión, pero a la vez, se asomaba una profunda tristeza en su mirada.
— Ven — se limitó a decir y extendió sus brazos hacia a mí.
Me apresure ir a sus brazos y lo rodee con las mías. Llore desconsoladamente y él también. Nos envolvimos en el consuelo, la tristeza, el dolor emocional y físico, para no destruirnos más.
Pronto mi mamá se aproximó a nosotros con Kelly en brazos y también nos rodeó con el calor de los suyos. Ese día, lloramos sin parar hasta tener la sensación de habernos desahogado por completo. Aun así, el miedo circulo por todo mi cuerpo, porque pronto comencé a sentir la necesidad de inhalar cocaína.
Mis padres me pusieron un ultimátum:
— Vamos a buscarte ayuda — sugirió mi mama tomando mi rostro, Kelly yacía dormida—. Prométeme que dejaras que la abuela te lleve a la iglesia...
— ¡Gloria, no...! — protesto mi papá
— Por favor, espera — advirtió mi mama a mi padre —. Y también buscaremos en qué lugar anexarte. Dejarás de trabajar y estarás en casa. Necesitamos desintoxicarte y también, creo que llevarte con un doctor. Investigaremos que debemos hacer.
— Anexarla de inmediato es lo mejor.
— ¡Si, pero también tiene un daño emocional y espiritual! ¿Qué no entiendes?
Mi padre se limitó a no decir más y se retiró bajo un suspiro. Mi madre me tomo de las manos y dijo:
— No estás sola, estaremos contigo en todo el proceso. Dios te ayudara, yo lo sé.
¿Dios? Nunca había escuchado a mi mama tan espiritual. Antes me hubiera dado arcadas al escucharla decir eso, pero bajo las circunstancias en las que estábamos y el avance de la adicción; solamente un milagro podría sacarme de esta.
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Una mamá imperfecta amada por un Dios perfecto
SpiritualSpin-off de la novela "Amar merece la pena". Elena, es una joven madre soltera, que sufre las altas y bajas de la maternidad. Con apenas diecinueve años , en medio de semejante responsabilidad, ella pierde el propósito de su vida y se marchita día...