49 // Detalles.

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Elena.

A la semana siguiente, el sábado al entrar al salón de clases, encontré un libro en mi asiento de siempre.

Lo tomé y me senté. Observe y contemple la portada y contraportada. Era una novela. Mujercitas. Un clásico.

Guarde el libro entre los míos y miré a mi alrededor. ¿Quién me había dejado este libro aquí?

— Alma — la llame cuando se alejó de Carlos y se sentó a mi lado.

Ella no se volvió.

— ¡Alma!

— ¿Sí?

— ¿Tú viste quién dejo este libro en mi pupitre? — le pregunté con voz audible.

— No.

Fruncí el ceño.

— ¿Es de alguien este libro? — pregunté a toda la clase, alzándolo.

Todos me vieron de manera confusa, otros negaron, y algunos solo me ignoraron.

Amaury.

Miré a Elena de reojo, y cuando ella posó los suyos en mí, trague saliva y me arme de valor para hacerle un ademan amistoso con la cabeza. Ella sonrío. Tenía el libro en sus manos, aún confundida, pero admirada con aquella novela que había dejado en su pupitre; antes de que todos entraran a clase.

Mi plan comenzó cuando descubrí que aquella pelinegra leía mis libros de reojo o a lo lejos, podía notar su rostro maravillado cuando me veía leer. Supuse que era uno de sus pasatiempos favoritos, porque el mío también. Entonces decidí prestarle anónimamente varios de mis libros favoritos, o los que yo sospechaba que ella leía. Algo que admiraba de ella, era que parecía que le estaba entregando algo muy delicado, un tesoro.

Elena.

En cuanto llegaba a casa, me encaramé en mi cama, junto a Kelly y sus libros infantiles. Y entonces comencé a leerlos. Era un placer.

Aún me preguntaba quién me había dejado el titular en mi pupitre, y suponía que Carlos lo sabía; pero obvio no me iba a decir. Kelly se recargo en mí una hora más tarde y yo la sostuve en mis brazos.

— Mami, te quelo — la pequeña dijo mientras me pellizcaba las mejillas.

— Ay, cariño, yo más. — dije y la abrace con fuerza.

Ella. Mi mejor compañía.

Aquella noche, cuando Kelly se quedó dormida, volví a encender la pequeña lámpara del buro para poder leer un poco más. Aquella niña era un tanto escandalosa, así que necesitaba encontrar este tiempo para poder leer. Daba gracias a Dios que Kelly ya había aprendido a ir al baño, tras días de entrenamientos y accidentes; ya no se meaba en la cama, aunque si hacía ruidos extraños con su boquita, me dejaba leer y dormir a gusto. Un bebé ya se estaba convirtiendo en una niña más independiente, y aunque eso me daba un gran alivio, la nostalgia aparecía de inmediato cuando pensaba que jamás volvería a ser una bebita apegada a mí. Poco a poco se iría alejando, haciendo su vida, y yo; preparándole el camino.

Amaury.

Ella leía los libros de una semana a otra, y cuando me los devolvía un sábado en la mañana; lo dejaba en su pupitre más temprano de lo habitual. Yo me cercioraba de que nadie me viera entrar y tomar el ejemplar en mis manos y poner otro casi al instante. Salía corriendo.

Cuando Elena me devolvía los libros, siempre emanaban el aroma fresco de su perfume. Amaba eso. Me la pasaba inhalando ese aroma y me encantaba que lo dejara impregnado en mi mochila.

Elena había tardado unas semanas en terminar la saga de "Los juegos del hambre". Ahora le estaba dejando "Un mundo feliz" de Aldous Huxley, sabía que ella le gustaba porque le descubrí una lista de todos los títulos que le había dejado en una hoja de su cuaderno de inglés. Necesitaba ponerme al día en los apuntes y ella me presto su cuaderno. Mi cara se iluminó al descubrir esa pequeña pero tierna lista. Eran siete ejemplares en total. Magnifico. Esta chica si lee y conoce.

Seguíamos sin dirigirnos mucho la palabra, pero el silencio se había vuelto menos hostil. Era más amigable.

— ¿Te pones perfume de mujer?

Me pregunto la pelinegra un día que estábamos en la fila de la cafetería, esperando nuestro turno para pedir el almuerzo.

— No, ¿por qué?

— Hueles mucho a mi perfume — dijo frunciendo el ceño.

— No — dije con la expresión endurecida.

— Qué raro. ¿O exagere? — se interrogo.

— Creo que sí. A metros de distancia noto que llegas por ese olor.

— ¡Oh vaya! — dijo riendo — ¿Tanto así?

Reímos. Mis manos empezaron a sudar.

— Dime si no realmente exageras en el perfume.

— Creo que sí. ¿Te molesta?

La miré con ternura.

— No, para nada.

Estaba a punto de descubrirme, no tendría más remedio que hablar con ella. Debía disculparme por haberlo hecho. Pensará que soy un tonto, o quizá, solo se alejaría. No pensaba que fuera un detalle raro prestarle mis libros cada semana, con una nota que decía "espero lo disfrutes, te esperan otras buenas historias". Tuve que pedirle a mi hermano que escribiera la nota, mi letra era horrible y ella sabía cómo escribía.

Sin embargo, pesé a todos los planes y mis escenas mentales que había hecho días atrás, para confesarle que era yo el bibliotecario anónimo; Elena se sentó a mi lado y me dejó el libro en mi pupitre, en mis narices, enfrente de todos. Me limite a sonreír y asentir con la cabeza, con el rostro enrojecido de pena. Ella desvió la vista y froto mi mano con la suya. Una carga eléctrica me recorrió desde mi mano hasta el hombro. Me enderece en mi asiento para que ella no se diera cuenta de lo que provocaba su tacto en mí.

A lo lejos, Carlos y Alma nos veían con sonrisas cómplices y susurros. ¡Rayos! ¿Cómo lo supo?

— Gracias — dijo.

Se alejó y se sentó en su lugar de costumbre. 

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora