43. Una nueva chica.

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Juan.

Estaba equivocado: en realidad, empecé a sentirme culpable, no hacía otra cosa que pensar en Elena. Y eso estaba mal. Tenía que quitarla de la bandeja de plata y poner a Dios de lleno, como había sido siempre, antes de ella.

Temía que me lastimara porque sabía en el fondo y de su boca había salido, la negación a una relación amorosa. Estaba muy entrada a Dios, su hija y la escuela. Si he escogido este camino, y ella el suyo. Tengo que olvidarme de ella: Elena sabe lo que quiere y lo está consiguiendo. Yo ya no quiero nada. Confío en que cada mañana que despierte ella irá disipándose en mis pensamientos y yo volveré a mis planes habituales, donde Dios debe reinar.

Un buen día, al terminar de tocar la batería en la alabanza, me encontré con una chica rubia, de lentes ovalados, cabello rizado y cuerpo delgado. Iba vestida con esmero, arreglada como si fuera ir a una fiesta. Sostenía en su mano a una pequeña niña; igual de delgada que ella, con ojos rasgados y cabello rubio. Por poco la tiro de un trastazo. La tomé de sus hombros mientras ella reía y se tambaleaba.

— Perdón, perdón — me disculpe.

— No te preocupes, yo tampoco te vi — dijo y me sonrío.

— Adiós — dijo la niña a su lado.

El corazón me latía con fuerza, y sentí que algo se movió dentro de mí.

Durante todo el sermón, aunque si estaba poniendo atención, no dejamos de sonreírnos a lo lejos mientras escuchábamos. Ella estaba a dos bloques a la derecha más lejos del mío. Entre el gentío podía alcanzar a ver su expresión coqueta, mientras la niña pequeña que la acompañaba, dibujaba sobre un cuaderno rosa. Enarque las cejas inquisitivamente y ella se ruborizó.

(...)

Elena.

— ¿Entonces toca leer en evangelio de Lucas?

— Ajá — respondió Juan.

Cada mañana de sábado, quedamos de vernos algunos jóvenes en la iglesia para limpiar los salones infantiles, sus baños y levantar una que otra basura del jardín, para después ir a almorzar y convivir un rato. Leah, Alicia y Daniela se sentaron a mi lado para comer juntas. Juan estaba a dos metros de distancia, platicando con Dominic y contando chistes sin sentido. Sin embargo, aunque el ambiente se tornaba ameno y después de que todos se desenvolvieran en el grupo, con Juan me empecé a sentirme rara. Me había dejado de hablar muy de repente y sólo intercambiábamos saludos cordiales y miradas recelosas.

De momento, todo iba bien entre nosotros.

De momento, no nos alejamos de tajo. Pero algo había cambiado en Juan desde hace semanas, y días después entendí porque.

Al día siguiente, salí corriendo de la iglesia como de costumbre, con Kelly a mi lado pidiendo de comer y quejándose del calor. Llegamos a la cafetería y pedí unos tacos y dos refrescos. Mi madre se quedó en el pasillo charlando con una hermana. Acababa de recibir mi orden de tacos e iba con Kelly dispuesta a sentarme en una de las sillas con mesas plegables cuando vi a Juan platicando con una chica que jamás había visto en la iglesia. Era rubia y llevaba con ella una niña, un poco más grande que Kelly. Fruncí el ceño. Él no me vio porque estaba absorto en su conversación con la chica.

Era una jovencita madre, como yo, de ojos como la miel y piel tersa. Con el tiempo y el trato, porque también se incluyó en algunos grupos bíblicos que yo asistía; entre conversaciones y encuentros casuales, noté lo berrinchuda y amarga, cual vinagre.

En un principio me pareció que aquellas "pequeñas rabietas" eran un grito de atención o auxilio, incluso cedí ante su comportamiento y me limitaba a sonreír y hacerle la plática. Con el tiempo, aquella menuda chica se convirtió en un fastidio, y todo porque, me recordaba a la "Elena" que unos años atrás era necia y desubicada...

Ya nada era adorable, no había un atisbo de primor. Incluso sus ademanes se tornaron toscos e incómodos.

Cuando Juan me dijo que le gustaba y que se había empezado a enamorar de ella, solté un aire que me sobraba de los pulmones que seguramente me hizo falta para poder sacar toda la inconformidad en esa confesión.

— ¿Qué no era mejor estar soltero? — le pregunté.

Por un momento quise decirle que cometía un grave error, sin embargo, sabía que no debía contradecirlo, los jóvenes tienden a encapricharse.

— Bueno, ¿y desde cuando salen? — cambie mi tono de voz a algo más dulce y comprensible.

— Llevamos dos meses juntos.

— ¿Es oficial?

— Aun no le pido que sea mi novia.

— ¿Qué estas esperando?

— Tranquila. Es mamá y es cuestión de trato y tiempo. No quiero parecer urgido.

— Ya lo estás.

El me volteo a ver con desgano. Yo solté una carcajada en tono de burla.

Pensé en cómo es que no me había percatado de su relación con Renata.

— ¿Lo has consultado con Dios? — le pregunte seria.

Hubo un silencio incómodo.

— En eso estoy, por eso aún no le pido que sea mi novia.

 ---Pues si no hay paz;ahí no es.


Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora