40// Recuerdos de nuestra infancia y baile de fin de año.

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En el ático de nuestras mentes, todos guardamos recuerdos de nuestra infancia. Un capítulo en el libro de nuestra vida, cada página llena de momentos que nos moldearon. Cuando los revisamos, desbloqueamos un lugar donde el tiempo aparentemente se detuvo, donde cada día era una aventura lista para desarrollarse.

No recuerdo las montañas de ropa que mi mamá me compro, ni los juguetes, o la cantidad de dinero que me dio por mi mesada. Lo que más tengo tatuado en mi mente; es las idas al parque con papa tomada de su mano, las veces que mi madre me leía mi cuento favorito, o la hora en que jugábamos a las escondidas en el patio. O íbamos por un helado y nos sentábamos a conversar sobre la escuela, los amigos, lo que nos gustaría hacer ese año en nuestro cumpleaños, a donde queríamos ir de vacaciones. Esos momentos.

Por eso ahora, estoy aquí. La forma en que la luz del sol golpeó justo sobre ella, mi niña, mi bebé; mi Kelly, capturo una fotografía de ella. Las fiestas de té en el jardín son su lenguaje de amor. Añado música a la experiencia con ella afuera, y lo hago porque es una página en su libro que espero ella recuerde por el resto de su vida. Quiero que sepa que le dedico mi tiempo y atención. Quizá no lo tuve con mi propia madre, pero en vez de quejarme y echar culpas, yo cambio la historia y estoy presente. Más que presente.

Continuábamos con las rutinas de todos los días. Parecía soldado en entrenamiento. Mantenía la casa limpia, llevaba a Kelly a sus primeras clases del kínder, ayudaba a mi madre a hacer las comidas del día. Íbamos al parque. Preparaba la leche en polvo. Echaba los cereales en el tazón. Iba a mis clases los sábados. Hacía las tareas mientras Kelly dormía la siesta. Cambiaba a Kelly al día como cinco veces. Ponía la lavadora. ¿Dónde está el peluche favorito de Kelly? Camina. Ve a la iglesia. Más rápido. Llegamos tarde. Es lunes y dale un abrazo de despedida fuera del kínder. Frota el golpe que se ha dado. Córtale las uñas. Busca la manopla perdida. Trae otro biberón. Besa, abraza, consuela. Métela en su cama. Arrópala. Besa, besa. Lava los trastos. Descongela la cena. Sirve. Vuelve a lavar los trastos. Lávale los dientes y báñala. Llévala a la cama. Otro día más. Levántala, cámbiala. Sigue, sigue y sigue.

Sólo sé que es agotador. Trato casi nunca de decir cómo me siento, realmente trato de encontrar consuelo en Dios y consolarme yo misma, no molestar, pero hay veces que necesito un respiro, un abrazo que me haga sentir que puedo con todo. Que no soy la peor madre del mundo.

— Hija, ¿Estás bien? — me pregunta mi madre mientras ella corta las verduras y yo lavo los trastes.

— Si — sonrío aunque mis ojos están hundidos de cansancio.

— Han sido días muy difíciles.

— Lo sé — asumo.

— Tu papá ya está por jubilarse, y quiere saber qué hará con el dinero que le den.

— ¿Qué tienen planeado? — pregunto mientras me seco las manos y me siento a su lado.

— Tu papá dice que ya no quiere trabajar. Que va a buscar una empresa donde invertir su dinero, y se trabaje solo.

— ¿Se puede hacer eso?

— No lo sabemos del todo, estaremos investigando.

— Y mientras...

— Mientras compraremos una camioneta nueva y tu padre te enseñara a manejar el tiida.

Abro los ojos como platos amedrentada. No me siento lista para manejar.

— Lo haré solo porque es necesario. Me canso mucho de caminar al ir por Kelly a la escuela — comento y le doy un sorbo al café recién hecho.

Ella sonríe.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora