17 // Hablemos del Reino

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Hace unos cuantos meses que me sentía fuera de órbita, fuera de quien realmente soy. No entendía nada del mundo, menos de mi misma. Vagando de un lugar a otro, de amigos a otros, buscando aprobación en dónde me sintiera realmente querida y valorada, vagué. Hasta que lo sentí. Era como si de repente, toda esa oscuridad que empezó como una sombra dentro de mí, se iba ensanchando, hasta que explote y fui a caer en picada. Y Él me encontró cuando más abajo y en la profundidad de la oscuridad estaba. Las lágrimas que había derramado un día antes fue un tipo desintoxicación emocional, o como sea que se llame, pero eso; me alivio el alma. Y de milagro, ese dolor y la melancolía de extrañar tiempos, personas del pasado, se fue. No sentí más ansiedad desde el momento que deje de llorar, me levante del suelo del baño, me vestí y me fui a dormir junto a mi hija.

A la mañana siguiente ya no había nada a que llorarle o que sufrir. Había sido una noche oscura y tormentosa, pero el día se sintió más liviano gracias a la paz que me invadía, a los rayos de sol que se asomaban por mi ventana, y a esas manitas pequeñas que me abrazaban. Cuando abrí mis ojos sonreí, porque Kelly estaba a mi lado, respirando y casi podía sentir su olor suave y dulce a manzanilla. Le di un beso en la frente y tome una de sus pequeñas manos, para también besarla. Ella se quejó un poco y ladeo un poco el cuerpo. Me vuelvo a mi lado izquierdo donde se encuentra mi pequeño buro y sobre él mi móvil. Lo reviso. Apenas son las ocho y media y el calor ya aprieta y humedece la frente. Estamos en tiempo de verano y los cielos brillan con un fondo pálido y acuoso azul. Así que en mi mente he planeado, después de almorzar, ir a pasear con mi hija al parque, por un helado y regresar a jugar o ver una película.

— ¡Buenos días! — digo con una sonrisa y de tan buen humor.

Mi mamá me mira perpleja.

— ¿Y ahora tú? ¿Qué mosca te pico? Estas muy contenta

— Solamente es un buen día — digo mientras me sirvo café y dejo a Kelly en su silla de comer.

Mi madre se limita a sonreír y me abraza. Cuando veo que saca del refrigerador verduras, carne, fruta y observo que batalla con sacar todo de un tirón, corro a auxiliarla.

— Mamá, déjame ayudarte — le digo amablemente.

Mi mamá frunce el ceño, viéndome a los ojos incierta.

— Elena, hija, ¿qué rayos te hiciste?

Yo reí.

— Mamá, de verdad, no tengo nada. Y no necesito tomar nada para sentirme feliz o mejor.

— Quiero saber, cuéntame tu secreto.

— No lo sé. Algo paso...

— ¿Un chico? — preguntó mi mama mientras se disponía a cortar los vegetales para el omelette.

— ¡No mamá! ¡Eso quedo en el pasado! Quiero olvidar eso y enfocarme en Kelly.

— Hija, no sé qué hiciste, pero sea lo que sea, fue un milagro lo que logro que tu buen humor reapareciera.

— Ay mama.

Pensé en lo que había sucedido la noche anterior. Fue algo liberador. Creo que ni con el año de anexo hubiera sucedido. Ahora que lo pienso, llevo rato sin estar pensando o acordándome en donde poder conseguir droga. Y ya no me causa ansiedad pensar en eso siquiera. Puede que sea real. Puede que esto sea un milagro.

— Para mañana, pienso invitar a Leah a comer, ¿Esta bien?

— ¿Y eso? — pregunto mi mama recóndita, aun llena de intrigas

— Sólo quiero hablar con ella. La verdad es que algo hermoso paso ayer en mi habitación.

— ¿Qué paso? — preguntó mi madre volviéndose a mí.

Una mamá imperfecta amada por un Dios perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora