Capítulo 5

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Daisy.

Me quedé quieta viendo al chico después de su extraña propuesta y por un segundo quise negarme, pero estaba demasiado cansada para seguir caminando y sentía que en cualquier momento iba a desmayarme.

Asentí y el chico me hizo una seña para que subiera. Di la vuelta y subí al asiento del copiloto y me subí, lo miré rápidamente porque estaba llena de agua y estaba mojando su asiento. Y en toda la estancia se podía oler el humo del cigarro, hice una pequeña mueca.

—Estoy empapada.

Me volteó a ver y una sonrisa se formó en sus labios, sentí mis mejillas arder.

—Créeme, me encantaría verte empapada, pero no de agua. —Se inclinó hacia atrás y pude apreciar que vestía de ropa totalmente que se le ceñía al cuerpo, su camisa se levantó un poco y me dejó ver un poco su abdomen, suspiré y carraspeé.

Me pasó una toalla y le agradecí, dejé mis cosas a mi lado mientras me envolvía con la cálida toalla, evitaba verlo. Él evitaba verme y conducía en silencio con una pequeña melodía de fondo, la lluvia había aumentado demasiado en los pocos minutos de camino que llevábamos.

—¿Seguro que no eres un psicópata asesino o un violador? —pregunté, temerosa.

—Puedo ser un psicópata asesino, pero nunca un violador. Ese es un acto demasiado atroz —me respondió, su voz ronca retumbaba en el coche, suspiré y me acomodé.

Mi teléfono sonó y me di cuenta de que se había apagado por completo pidiéndome carga, suspiré y miré al chico que estaba conduciendo muy tranquilo, evitaba molestarlo para que no me botara del auto.

—Mmm... ¿puedes prestarme tu cargador?

—Agárralo.

—¿El cargador? —pregunto, me mira y alza las cejas, sonríe y se encoge de hombros.

—¿Quieres agarrarme algo más? Si es así, no me quejo.

Inflo mis mejillas al descubrir lo que acabo de decir y niego.

—No, no hablaba de eso... —río con nerviosismo y me apresuro a poner a cargar el celular—. Gracias.

Asiente y sigue conduciendo en silencio. Lo miro de reojo y lo primero que enfoco son sus manos en el volante, son fuertes y grandes manos masculinas, algunas venas adornan el dorso de su mano. En ambas manos porta dos anillos de plata, en el dedo índice y en el anular. Voy subiendo por sus fuertes brazos y miro las venas que corren como ríos por todo su brazo, su cabello va desordenado y es un rubio oscuro, su mandíbula marcada, su nariz nubia que le hace un contraste perfecto con su rostro y, por último, pero no menos importantes. Sus ojos. Sus increíbles y maravillosos ojos azules, es como si estuviéramos viendo el mar de frente.

Sus ojos son tan profundos, tan hermosos y tan impenetrables. Tan atrayentes como peligrosos.

Un timbre de teléfono me hace saltar en el asiento, él no mira mientras contesta el teléfono, me apretujo en la toalla que ha comenzado a aspirar el agua de mi cuerpo. Él suspira cuando tiene el teléfono en la mano y me mira de reojo.

—Ajá... sí... no. No iré a casa... pues no sé... ajá sí. Oliver, sí diles a ellos, ya les llamaré yo. Qué... no, olvídate de eso. Sí... como sea. Pues no voy a casa porque tuve que ayudar a una vagabunda que estaba tirada en el camino...

—No soy una vagabunda —refunfuño.

—Bueno... sí, es una vagabunda. Al menos no molesta... ajá... sí... ¿qué? Por supuesto que no, Oliver. Jódete. —Le corta la llamada.

Unidos por un hilo rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora