Logan
Pasaron cuatro días desde que vi a Daisy, nos mandamos mensajes de textos cortos, diciéndonos cómo estábamos o lo que fuera. No la había visto en la universidad porque había solicitado unas clases en línea mientras que ayudaban a cuidar de su amiga.
Suspiro cuando Oliver se deja caer a mi lado con una taza de frutas en su regazo.
—¿En qué piensas? —Lo ignoro—. Cuando cierras la boca admito que me da miedo de lo que puedes estar pensando.
—No estoy pensando nada, pero sinceramente quiero meterte la cabeza por el culo. Para que te calles un rato.
—Bueno, aquí estás de nuevo. Pensé que habías perdido tu toque. —Come de su tazón y yo agarro un poco.
—Bueno... he pensado una que otra cosa. Pero hay algo que me tiene pensando demasiado.
Oliver se acomoda frente a mí. Comiendo sus frutas como si fueran palomitas.
—Soy todo oídos.
—Creo que estoy acostándome con la hija del ex pretendiente de tía Adriana.
Oliver se atora con pedazo de fresa, la sorpresa inunda su rostro. Tose fuertemente hasta que pudo ponerse rígido. Viéndome con cautela.
—¿Crees?
—No. No lo creo. Lo hago, estoy saliendo con ella. Su padre me lo confirmó por la manera en la que reaccionó cuando mencioné a mi abuela.
—Sé que tus padres no lo saben —me mira y niego con la cabeza—. ¿Crees que reaccionen de mala manera?
—No lo creo. Pero puede que ya sabes... ver a alguien que les recuerde a Adriana no ha de ser muy fácil. Y más saber que salgo con su hija. —Paso una mano por mi cabello, me recuesto contra el sofá. —No es que me importase.
Oliver dejó el tazón de frutas en la mesita frente a nosotros.
—Pues así debería de ser, Logan. No son las mismas personas, la historia no volverá a repetirse. Entonces Daisy es hija de Daren, eso deja mucho qué decir. Hasta sus iniciales concuerdan.
—Daisy no es nada parecida a mi tía Adriana. Y yo no soy Daren. Somos personas diferentes.
Oliver asiente pasando la mano por su barbilla.
—¿Es extraño, no?
—¿El qué?
—Que tú y ella se hayan conocido de una forma tan... peculiar. Es como si se hubieran juntado por parte del destino.
Me río fuertemente, mi abdominales se tensan por la risa. Miro a Oliver y él no se está riendo. Entorno los ojos y suspiro.
—No me digas que crees en esa mierda del destino, y esa mierda del pecado de los padres que lo pagan los hijos. —Oliver no mostró ningún tipo de diversión y me puse serio.
—¿Qué día la conociste?
—En el cumpleaños de la tía Adriana.
—¿En la carretera?
—Sí —confirmé—. ¿Qué pasó con eso?
—Nada. Pregúntale de dónde venía.
Me pongo de pie y lo ignoro. No estoy de humor para sus mierdas. Lo dejo sentado en el sillón y voy por un cigarro que están dentro del gabinete de los cuchillos, salgo a la terraza a fumar.
Inhalo el aire y lo mantengo dentro de mí por unos segundo, luego lo expulso por la nariz.
—No sé si quieres parecerte a un toro, pero con lo que acabas de hacer. Te pareces a un toro muy enojado.
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Unidos por un hilo rojo
RomanceDaisy siempre tuvo en claro una cosa: ella había planeado un futuro con Gabriel, soñó tener una boda de ensueño, tendrían unos lindos bebés, un perro y un gato y serían felices para siempre. Entonces, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer? ¿Qué...