Logan
Joder. Qué mujer más perfecta.
Daisy está preparando un desayuno para ambos en calcetas altas con mi camisa del equipo de fútbol americano el cual me había dado bastante trabajo y cansancio estos días, estoy a nada de dejar mi puesto de capitán por el estrés que me causa.
Pero, bueno, Daisy está cocinando con el moño desordenado, el sol ilumina todo su alrededor, cada que se apoya en la encimera para verme me inclino sobre ella y la beso.
Es imposible que no la bese. No puedo dejar de verla, o dejar de tocarla. Siempre tengo que estarla tocando de una manera u otra. Ella termina de servir el desayuno y comemos en un silencio tranquilizador, la ayudo a limpiar la cocina y luego me dice que va a bañarse.
Me quito la ropa y entro al baño, porque es Daisy. No puedo dejar que se bañe sola, me cuelo en su baño y ella me voltea los ojos, pero no dice nada. La tomo del cabello y la hago inclinar la cabeza, la beso con fuerza y ella se separa jadeante de mí.
—Quiero bañarme.
—Yo puedo bañarte. —La besé unas veces más.
Enjaboné, acaricié, admiré y enjuagué su cuerpo. Tomo sus champús y le lavo con el cabello como he visto que se lo lava. Ella hace lo mismo conmigo, pero al no alcanzarme tengo que alzarla de los muslos para que pueda lavarme el cabello y sus pechos quedan a mi altura, le doy unos besos y luego la miro mientras me lava el cabello y lo enjuaga.
—Tengo que admitir que eres muy, muy guapo.
Me río.
—Lo sé. Lo he sido siempre, pero tú tampoco te quedas atrás.
—Soy preciosa, todos lo sabemos.
Terminamos de bañarnos y nos cambiamos. Suspiro mientras tomo las llaves de la última gaveta de mi armario. Daisy me mira con atención, llego a ella y le tiendo la mano. Recorremos el camino hasta llegar a la puerta que mantengo con llave. Introduzco la llave y abro la puerta, la invito a pasar y ella lo hace.
—¡Esto es precioso! —Se adelantó y admiró todos los cuadros de pintura tirados en la esquina, guindados en las paredes. Miró las fotos que había tomado y enmarcado de ella —. Toda tu habitación es sobre mí.
Y todo lo que falta también será de ti.
—Sí, ya te lo he dicho. Me das la inspiración que necesito.
Me sonrío y se llenaron los ojos de lágrimas.
—Yo soy tu obra de arte.
Llegué a ella y la abracé por la espalda. Envolví mis brazos en su cintura y la estreché en mi pecho.
—Mi obre arte. Mi musa. Mi modelo. Mi museo. Todo.
Se dio la vuelta con los ojos llorosos y me besó con fuerza. La estreché contra mí, disfrutando de su felicidad. Ella se merece todo lo que representa, y yo soy el que tiene gran devoción por ella. Mi madre me enseñó a darle a la mujer con la que estoy, en algo muy serio, todo lo que se merece.
—Gracias —me besó —. Muchas gracias. Nunca me había sentido tan feliz más que contigo.
—Es lo importante. Tu felicidad. Tu paz mental y emocional.
—No sé si me hiciste un amarre, pero no deberías arrepentirte de ello. Dímelo —dijo con diversión.
Pasé mis dedos por su espina dorsal, disfrutando de su delicioso escalofrío que la hizo estremecerse.
—Mi polla y yo te amarramos. Y no vamos a dejarte ir.
—¿Y si conozco a alguien más? —preguntó, entrecerró los ojos hacia mí.
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Unidos por un hilo rojo
RomanceDaisy siempre tuvo en claro una cosa: ella había planeado un futuro con Gabriel, soñó tener una boda de ensueño, tendrían unos lindos bebés, un perro y un gato y serían felices para siempre. Entonces, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer? ¿Qué...