Daisy
Han pasado al menos seis días desde la última vez que vi a Logan. Nos habíamos escrito un poco, pues estábamos en exámenes del penúltimo trimestre y no podíamos vernos. También noté que había estado un poco raro desde que me había dejado en mi apartamento. En ese momento hablamos de todo lo que sabíamos así que supuse que no teníamos nada que ocultarnos.
Justo ahora estaba hablando con papá sobre Adriana. Sabía que no me había contado su historia, porque él dijo que era lo mejor. Pero sabía que ella había sido secuestrada por unos días, no quiso dar más detalles de ello, y lo entendí.
—¿Te sigue doliendo? —le pregunté.
Él suspiró y me regaló una sonrisa. Estábamos en su oficina, en el sillón.
—No del dolor que sentí en ese entonces. Pero lo que duele alguna vez, duele para siempre. Tengo mi familia —me miró—, los tengo a todos ustedes y no los cambiaría por nada. Pero me gustaría que ella también hubiera tenido lo que yo tengo.
—¿Que también fuera feliz y tuviera una familia?
—Sí, pero sabes... ella tenía muchas cosas por las que vivir, pero también tenía marcado su destino. Hay muchas cosas que no sé sobre lo que ella pasó en los días que estuvo secuestrada. Todos tenemos una oscuridad adentro, creo que ella también la tenía.
—¿Por qué lo dices?
—No lo sé, vi las señales mucho tiempo después. Hay muchas cosas que ella se llevó a la tumba.
—Lo siento.
—¿Por qué? —preguntó.
—Por todo lo que sufriste en ese tiempo. Nadie merece ese tipo de dolor. ¿Alguna vez encontraron a los culpables?
—¿De su muerte? No. Pero... bueno, ella tenía una persona que la vigilaba, para cuidarla. La encontraron muerta una semana después de su entierro, la autopsia declaró que murió después que ella. Entonces, quien la buscaba sabía que tenía a alguien que la cuidaba. Lo mató.
—¿Esa era la persona que te entregó la carta del tío Darwin? —pregunté. Sabía eso porque un día encontré esa carta mientras buscaba los maquillajes de mamá cuando estaba más pequeña.
—Sí. Se llamaba Santiago. Era un muy viejo amigo de Darwin.
—¿Crees que la muerte los perseguía? —pregunté. Él suspiró y miró por la ventana.
—No lo sé.
—¿Tú la buscaste todos los días? —quise saber, él asintió. —¿Me buscarías así también?
Su cabeza giró rápidamente hacia mi dirección y vi el miedo por primera vez cruzando por su mirada. Un miedo crudo y triste llenó su expresión.
—Por supuesto. Te buscaría por cielo, mar y tierra. Pero sabes que nunca te pasará nada malo. Yo no dejaría que nada malo te pase. No me lo perdonaría nunca.
Me acomodé cruzando mis tobillos y doblando mis piernas. Tomé su mano y lo miré.
—¿Qué pasa si estamos condenados a que la historia se repita?
—Tú no eres yo. Y Logan no es Adriana. Daisy, ustedes no son nosotros. No hay nada que temer, vive tu vida, disfruta. Llora, ríe, grita, baila. Enamórate y todo lo que quieras, no tienes que temer.
—¿Cómo lo hiciste tú?
—¿El qué?
—Después de su muerte. Cómo aprendiste a vivir sin miedo.
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Unidos por un hilo rojo
RomanceDaisy siempre tuvo en claro una cosa: ella había planeado un futuro con Gabriel, soñó tener una boda de ensueño, tendrían unos lindos bebés, un perro y un gato y serían felices para siempre. Entonces, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer? ¿Qué...