Daisy
10 de noviembre
Me despierto porque mi cuerpo está entumecido de tanto descansar, pero no he descansado nada. Trato de mover las manos, pero me duelen, las piernas también y siento que tengo la piel abierta de la espalda, jadeo cuando me levanto con las manos como puedo, pero las cadenas que envuelven mis manos y piernas me lo impiden y vuelvo a caer.
—Mierda —gruño, cada que hago un movimiento que tenga que esforzar la espalda me duele hasta el alma.
El estómago me gruñe en busca de comida, pero no hay nada. No sé si he hecho mis necesidades, parece que he estado inconsciente por meses y no sé cómo orientarme.
Me siento después de lo que parecen horas entre quejas y jadeos de dolor que provienen de mí cada vez que muevo alguna extremidad, sé que todavía sigo sin camisa, pero el sostén me cubre, la habitación huele muy mal. Y el silencio que hay me parece inquietante.
Me encorvo y me coloco en una posición que me mejore el ardor de la espalda, es un poco difícil, pero lo logro. Paso así lo que parecen horas hasta que la puerta se abre, de nuevo, suspiro para mis adentros cuando el mismo hombre de máscara roja entra con... enfoco mejor para ver que hay una gran maguera en sus manos.
—Buenos días, dulcecito, has estado dormida mucho tiempo. Pero es hora de despertarse.
Coloca la maguera frente a él y abre la válvula, el chorro de agua helada se estrella contra mi cuerpo, haciéndome estremecer y taparme para evitar el gran y doloroso chorro choque contra mí, pero es imposible porque las cadenas me lo impiden.
—Aquí huele tan mal que tengo que lavarte para que se quite este olor que proviene de ti —me duelen las piernas, los brazos cuando aumenta la presión del agua y ésta hace mucho mejor contacto con la piel.
Cierro los ojos, la boca e intento no respirar cuando me apunta a la cara, pero el desespero de que no me quita nada me hace querer respirar, trago agua hasta que siento que me ahogo, apagó el agua y abrí la boca para poder tomar aire correctamente.
—Sigamos. —Se acercó a mí y me desató las manos y pies, me puso de pie, intenté cubrirme, pero no pude y los brazos cayeron a mis lados. Me coloco con el pecho pegado a la húmeda pared, me coloco los brazos hacia arriba y los amarro. Me puse de puntillas porque me duelen los brazos si los mantengo así.
Cerré los ojos y apoyé la frente en la pared. Él tenía mi espalda a su disposición. Suspiré esperando los azotes, pero no llegó nada. En cambio, llegó su voz.
—Entonces, Adriana consiguió seguir adelante y los dejé en paz por unos años. Ella seguía teniendo su amistad con Leila, pero lo que ella no se esperaba es que su mejor amiga tuviera un flechazo por su hermano, pero Thomas nunca le prestó atención. Entonces ella la tomó de otra manera. Mientras Adriana se iba de viaje con Lucas, el hermano de Leila. Thomas asistió a una fiesta, una en la que Leila estaba. Ella aprovechó eso y lo emborrachó. Luego abusó de él, en dos ocasiones. Nadie se dio cuenta.
El impacto de dichas palabras me llega de pronto con el agua que explota en mi espalda, haciendo que grite cuando la misma no ayuda a mis heridas por los latigazos, pero no me concentro en eso. Lo único en lo que puedo concentrarme es que el padre de Logan fue abusado por la mejor amiga de su hermana.
No me imagino todo el dolor que pasó en cada momento que se levantaba y la miraba. Todo lo que se ha guardado estos años. Nadie merece eso. Nadie merece ser tocado sin su consentimiento.
—Qué bueno que Leila murió entonces... —digo como puedo, el chorro se vuelve más potente—. Ella se merecía sufrir todo lo que sufrió.
Él se ríe y detiene la fría agua, respiro rápidamente con el pelo empapado pegado en la espalda.
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Unidos por un hilo rojo
RomanceDaisy siempre tuvo en claro una cosa: ella había planeado un futuro con Gabriel, soñó tener una boda de ensueño, tendrían unos lindos bebés, un perro y un gato y serían felices para siempre. Entonces, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer? ¿Qué...