Logan
Me encantaba mi mujer embarazada, las hormonas me encantaban, pero también me estresaban. Como ahora que está saliendo del closet con una prenda diferente por minuto y quitándosela y gritando que nada le quedaba bien, el cuarto y el armario eran un desastre que no sabía cómo había pasado todo ello.
Salió del closet con un precioso vestido blanco, tenía cuatro meses de embarazo porque la pancita ya se le notaba bastante, me encantaba sobarla cuando se sentía estresada, la abrazaba por detrás siempre que podía para colar mi mano en su vientre y acariciarla. A ella le encantaba cuando ponía mis manos sobre su vientre, porque decía que se sentían calientes.
—¡Logan, nada me queda bien! ¡Me siento como un hipopótamo ballena, super gorda!
—Cariño, sabes que gorda me la pones a mí siempre que te veo.
Salió del closet hecha una furia con varias prendas en sus manos y me las aventó con lágrimas en los ojos.
—¡Me siento tan gorda! Ya nada me queda y quiero matarte por ello.
Me lanzó un calcetín que esquivé.
—Cariño...
—Esta es tu culpa. Pusiste tu gran bebé en mí y me veo más gorda.
Me siguió lanzando camisas, vestidos, pantalones. Me puse de pie cuando sus sollozos fueron más fuertes que antes, llegué al armario donde ella estaba sentada en el suelo con las manos cubriendo su cara. Me senté detrás de ella, pegando su pecho al mío. Mis manos automáticamente tocándola. Con una de mis manos le limpiaba las lágrimas y con la otra le tocaba el vientre.
—Cariño, no te ves gorda. Te ves preciosa.
—¡No es cierto!
—Por supuesto que sí. Te miras mucho más radiante. Tu piel brilla mucho más, tu cabello brilla mucho y ha crecido más. Tus ojos se ven más felices. La panza tiene que crecer, cariño, tienes una vida dentro de ti. Tiene que formarse y crecer.
—Lo sé, pero...
—Sé que las hormonas te ponen muy sensible. Pero habla conmigo cariño, respira y cuenta del uno al veinticuatro. Ya hemos practicado esas respiraciones.
Colocó su mano sobre la mía que estaba sobre su vientre y nos vemos en el espejo, me sonrió con la cara empapada en lágrimas. Le dejé besos en el cabello mientras le acariciaba el vientre. La ayudé en sus respiraciones hasta que dejó de sollozar y se sentó mucho más cómoda.
—¿Mejor?
—Sí. Lo siento.
—No importa, cariño, sé que estás pasando por muchas cosas.
—Y es tu culpa. Pero estoy muy feliz por nuestro bebé.
Nuestro bebé.
Cada vez que decía eso se me apretaba el pecho de felicidad.
—Si no quieres ir mañana a ver el sexo, no vayamos. Podremos comprar ropa unisex para que cuando nazca se ponga cualquiera.
—Pero sí quiero ir. ¿Tú quieres ir?
—Sí.
Echó la cabeza hacia atrás y me besó. Cuando la besé de vuelta gimió sobre mis labios. Y sabía lo que se venía, Daisy guió la mano que tenía sobre su vientre para que se posará entre sus piernas. Sus bragas ya estaban empapadas mientras me seguía besando.
—Las hormonas me tienen muy caliente.
—Me encantan esas hormonas.
Rompí su braga y ella suspiró con un gemido cuando el aire frío impactó contra sus pliegues desnudos, se inclinó para sentarse sobre mis muslos, abriendo su coño para mí mientras nos veíamos en el espejo. Con su mano guió la mía para que la acariciara.
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Unidos por un hilo rojo
RomanceDaisy siempre tuvo en claro una cosa: ella había planeado un futuro con Gabriel, soñó tener una boda de ensueño, tendrían unos lindos bebés, un perro y un gato y serían felices para siempre. Entonces, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer? ¿Qué...