Logan
No sé cuánto tiempo había pasado viendo las luces de la ciudad en la oscuridad de mi habitación. Llevaba días sin lograr dormir bien, este día no era la excepción. Todavía no podía pensar en que mi padre había sido abusado sexualmente. Sentí una impotencia al saber todo lo que tuvo que pasar por esos años. A pesar de que habían pasado muchos años, la noticia me pesaba en el pecho como si me hubiese pasado a mí.
Respiré profundo mirando mi cajón donde tenía la caja de cigarrillos que había dejado abandonada no hace mucho. Las ganas de fumar le habían ganado a mi impulso de nervios. Miré a Daisy que dormía plácidamente entre las sábanas.
Me puse de pie y salí de la habitación dirigiéndome hacia la cocina, cogí una rebanada de pie de manzana y empecé a comerla. Después de nuestro baño, Daisy vino a verla y platicamos mientras la tarta estaba. Miré el cajón donde tenía la carta que me habían enviado de Australia.
Sabía que me habían brindado más de un plazo de tres meses para la decisión, eso era porque era hijo y nieto de los Smith. Eso ayudaba a mi apellido, pero a mí me gustaba ganarme las cosas por mi propio mérito.
Apreté el tenedor en mi mano. Era obvio que Daisy había visto la carta, por eso había estado tan callada durante el baño. No repliqué porque no era algo que tuviera decidido. Tal vez, si tomara la decisión de irme, me la llevaría conmigo y que culminará sus estudios allá. Si ella quería.
Unas pequeñas pisadas me hicieron levantar la cabeza en dirección al pasillo, Daisy salió arreglándose la coleta desordenada. Se detuvo cuando me miró comiendo. Le había comprado un camisón blanco un poco transparente que le llegaba a los muslos. Se acercó a mí de manera cautelosa, la invité a sentarse entre mis piernas, pero me ignoró y me abrazó por la espalda.
—¿Qué pasa? No has logrado dormir desde que te acostaste.
—¿Estuviste despierta durante este tiempo? —sentí que asintió en mi espalda—. No quería mantenerte despierta, no era mi intención.
—No te preocupes. Termina de comer, luego podemos ver las luces de la ciudad.
La atraje hacia mí de modo que quedó a horcajadas sobre mí, terminé de comer, las ganas de meterme un cigarrillo a la boca se me esfumaron mientras Daisy acariciaba mi cabello. Coloqué el plato en el lavatrastos para lavarlo mañana, llevé a Daisy en brazos hasta que nos recostamos en el mueble. Entrelazó sus dedos con los míos sobre su muslo.
—¿Te mirabas sí?
—¿Así cómo?
—Así como estamos ahora, quiero decir, juntos.
Lo pensé.
—No. ¿A ser pareja te refieres? —asintió—. Pues no. Siempre fui un niño liberal, nunca me gustó mantener nada más allá de lo que se me hiciera fácil, a ser fácil me refiero a poder salirme de algo tan rápido como entre. Sin ataduras, ni reclamos. Solo a estar y no estar.
—¿Eso pasaría con nosotros? —Noté un poco de duda en su voz.
—No. No lo sabremos, eres una chica que consigue lo que quiere.
Me sonrió y depositó un beso en mis labios. Lo hizo porque me había limpiado los labios por la manzana.
—Lo soy. No sería una Beckham si no consigo lo que quiero.
Le di un beso en la sien y ella se acomodó sobre mí. Miramos las luces en un silencio que me llenó de paz. No sabía por qué, pero estar con esta mujer me llenaba de una paz que nunca antes había sentido. Era como si estuviéramos complementados y hechos el uno para el otro.
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Unidos por un hilo rojo
Lãng mạnDaisy siempre tuvo en claro una cosa: ella había planeado un futuro con Gabriel, soñó tener una boda de ensueño, tendrían unos lindos bebés, un perro y un gato y serían felices para siempre. Entonces, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer? ¿Qué...