Logan
El sol me pegaba directo en la cara cuando abrí los ojos. Me tapé la cara con el brazo y suspiré. Unos dedos se enroscaron en mi brazo y me lo quitó de la cara suavemente. Abrí los ojos despacio y me encontré la vista de un ¿ángel? No uno, prácticamente, pero ella se miraba como un ángel. Daisy me sonrió y su cabello cayó en cascada sobre mi cara. Ella rio y lo apartó rápidamente.
—Buenos días —me saludó.
—Buenos días —musité. La tomé del cuello y la recosté sobre mi pecho—. Es temprano duerme.
—Pero quiero...
—Duerme.
Me pellizcó el brazo y la miré. La tomé de la cintura, la acosté en la cama y me cerní sobre ella. Me arrugó la nariz tan tiernamente que ese acto me apretó el corazón. Rio suavemente y me tomó de las mejillas.
—Hay un muy lindo amanecer. Deberíamos verlo.
—He de admitir que me encantan los amaneceres, pero nada se compara contigo.
—¿Puede haber...?
—Sí. Siempre te miraría a ti. Y tú deberías verme a mí. Soy irresistible. Y tú eres mía.
—Me gusta ser tuya, pero en todos los aspectos. Además, soy tuya porque quiero.
—Ajá. —La besé.
Me fijé en sus ojos ambarinos que se iluminaban con los rayos que se filtraban por las oscuras cortinas. Divisé sus invisibles pecas, que solo mirarías si la vieras de cerca. Sus labios de un tono rojo suave, su nariz recta, sus gruesas y largas pestañas, con las que le gustaba provocarme. Bajé mis ojos por su cuerpo, el cual estaba cubierto con una de mis camisas. Sonreí con satisfacción.
Tenía una pequeña cicatriz en la clavícula, la tracé con mi dedo y ella se estremeció.
—¿Qué te pasó aquí? —pregunté.
—Estaba pequeña, y me encantaba trepar árboles. Y, bueno, debido a eso, papá nos hizo a Adrián y a mí una casita en el árbol. Pero un día acababa de llover y las escaleras estaban un poco lizas. Me resbalé y una pequeña rama se encarnó ahí.
Bajé un poco y le di un beso en la pequeña cicatriz. Sus ojos brillaron y pasó las manos por mi pecho, tocó una pequeña cicatriz ubicada en mi costilla derecha. La trazó con sus dedos, dejó un beso en mi barbilla. Luego bajó un poco y dejó un beso en la pequeña cicatriz.
—¿Por qué fue eso? —pregunté.
—Porque mi papá me dijo que los besos ayudan a curar las heridas. Incluso las internas.
Tragué saliva y la miré. Sus ojos me miraron con atención.
—¿Internas? —pregunté.
—Todos tenemos heridas internas, Logan. Aunque no las notemos, esas se sanan muy lento, pero sanan.
La tomé del cabello y la besé. Ella se removió debajo de mí y envolvió sus piernas en mis caderas y su coño desnudo y caliente se pegó en mi estómago, gimió en mi boca y se restregó en mi estómago. Me separé de sus labios mordiéndolos suavemente.
—¿Aquí no importa que nos hayamos cepillado, verdad? —pregunté, divertido. Daisy me pegó en el hombro.
—¡Logan, cállate!
La levanté de los muslos y la llevé al baño. Nos cepillamos los dientes y volvimos a la cama. Daisy estaba encima de mí, trazando las líneas de mi mandíbula, de mi cara y jugando con mi pelo.
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Unidos por un hilo rojo
RomanceDaisy siempre tuvo en claro una cosa: ella había planeado un futuro con Gabriel, soñó tener una boda de ensueño, tendrían unos lindos bebés, un perro y un gato y serían felices para siempre. Entonces, ¿qué fue lo que la hizo cambiar de parecer? ¿Qué...