30 - Jamás olvidé

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Shatten, mirando al horizonte, admiraba las tierras alrededor de su castillo. El ambiente tenía un aroma amaderado y el viento era frio. Decenas de colinas subían y bajan a lo largo de la verde campiña, haciéndole memorar tiempos mejores. 

— No es bueno que esté solo, señor. 

Tras de él, sus decretos llegaron portando con orgullo sus estrellas, unos jugando entre ellos, otros serios y temibles, todos listos para la reunión. 

— Estamos listos, señor — tomando el liderazgo el decreto de la máscara plateada se presentó.

— Gracias, Taor — Shatten miró a su gente, esbozó una débil sonrisa y tras admirarlos, cobró seriedad —. Gracias por acudir a mi llamado, tengo una misión especial para ustedes, Epsilion ya les habrá puesto al corriente. 

— Sin duda, señor — exclamó el decreto sacando el pecho y golpeando sus pectorales con un par de puños. 

— ¿Beth, podrías confirmar que están en Astilon? — pidió Shatten. 

— La última lectura de hoy fue más fuerte y las ubicó allá, a menos que puedan volar, deberíamos encontrarlas en el volcán — explicó el decreto.  

— Les confío la tarea de recuperar las gemas. No se confíen — pidió con incomoda seriedad. Beth, Lamda, Omurom, Zetta.

— A la orden, señor — exclamaron los cuatro. 

— Quisiera que me acompañaran a una cita — sonrió con burla. 

Los hombres rieron entre sí. 

— Usted diga cuando y ahí estaremos — aseguró Beth. 

— Hoy, nosotros iremos a saludar al reinado, los demás irán por las gemas. Recuerden, ellos pueden usarlas y si aún hay algo en ese volcán, no será fácil. Ya saben lo difícil que es tratar con un dragón.

Los decretos asintieron y, junto con su señor, tomaron de sus ropas una esfera negra, la sostuvieron delante de ellos y rompiéndolas, se dejaron envolver por una densa niebla que los cubrió por completo. Al soplar el viento, solo quedó el pasto verde y el sonido de los insectos. 

Aisac se encontraba cazando cuando su guardián y el bufón sintieron una pesadumbre repentina.

— ¿Lo sentiste? — exclamó Galas. 

— Sí. El rey — consideró Sable estremeciéndose. 

— ¿Pasa algo? — preguntó Aisac notándolos nerviosos. 

— No estamos seguros — se sinceró Sable —. Alteza, quédese de tras de mí. Tenemos que regresar ahora. 

Shatten apareció en mitad de la niebla con cuatro decretos cubiertos en mantos negros, al acoplarse sus ojos, se percataron que estaban en la biblioteca del castillo.

— ¿La biblioteca? — exclamó Zetta, confuso.

— Antes venía mucho a este lugar — explicó Shatten un tanto incómodo. 

— Es genial, cuando terminemos me agradaría ver qué clase de volúmenes hay aquí — reconoció el decreto. 

— No suena mal. 

— Señor, lo noto intranquilo — reconoció Omurom.

— Disculpa. No esperaba regresar a este lugar, pero es necesario para nuestros propósitos. 

— Padre, Shatten. Estamos contigo — el pequeño Lamda abrazó a Shatten, este se arrodilló y regreso el abrazó —. Gracias, Lambda. Me hacía falta oírlo — le despeinó, tras lo cual se levantó —. Tengamos cuidado.

Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora