La ciudad de Zigma, la capital de todo WindRose, adornada con jardines ostentosos, caminos elaborados con complejos diseños, una plaza amplia y hermosa, rodeada de casas adornadas al capricho de la orgullosa gente, se había cubierto de escombros, miseria, llanto y luto. Ya no era la ciudad que Aisac tanto anhelaba y recordaba en su infancia. No, ya no lo era. Ahora, los pocos rosarios que sobrevivieron, apilaban los cadáveres a hogueras gigantes que desprendían humo negro y olor putrefacto. La reacción de la gente era indescriptible, algunos solo permanecían de pie en medio de las calles, traumatizados por las escenas vividas, otros muchos lloraban de forma desconsolada y otra mayoría, simplemente se dejaba morir al perder el sueño, el apetito y la esperanza.
— Las bajas son numerosas — reveló Datrius al rey.
Eivan Victorius, no del todo repuesto, sentado en su cama, escuchaba la situación desoladora de su reino, apenas podía creer lo acontecido desde que perdió la razón.
— Solo dos terceras partes del reino se encuentran con vida — reveló con tono sobrio —, pero es probable, que la enfermedad, el hambre y la tristeza acaben con otro tercio más en los próximos días, meses y años.
Eivan apretó con fuerza sus sábanas hasta dejar sus nudillos en blanco, lleno de preocupación y frustración.
— Ayúdame a levantarme, amigo — suplico el Rey esforzándose por ponerse de pie —. No puedo ayudar a mi reino así.
Datrius con cuidado, recostó al rey en su lugar.
— No te preocupes, amigo — le confortó mientras le tomaba de una mano —. Aisac se está encargando de todos esos detalles, tiene buenos aliados, estoy seguro que podrán encargarse mientras te recuperas.
El rey apenas podía creer lo que oía, pero la expresión en el rostro de Datrius le dio seguridad.
— ¿Aisac? ¿Mi hijo? — Datrius sonrió y asintió — ¿Quién lo hubiera dicho? Dime Datrius, ¿Son fuertes esos aliados?
— No tienes idea.
Aisac, sobrellevando la impresión de su ciudad perdida, comenzó a ayudar a los sobrevivientes con la ayuda de los dragones y el credo de los dragones, pero conforme los días pasaban, la victoria sobre Gladius poco gustaba de ser dulce.
— Mi gente muere — pensaba en voz alta, preocupado, en la plaza central.
— Estamos haciendo todo lo posible por ayudarlos, alteza — le animó Galas llegando tras de él.
— ¡Galas! — se sorprendió el príncipe — Deberías estar descansando.
— Alteza, ya se lo he dicho, el dragón de la tierra es bueno curando, todos están bien, de hecho, ellos ya están listos para la reunión.
— Comprendo, vayamos.
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Erasus Drakone
FantasyCuando obtenemos lo que más deseamos ¿crecemos? ¿cambiamos? ¿mejoramos? ¿nos volvemos avariciosos? ¿morimos en paz? El reino entero se encamina a su destrucción, la sociedad busca lo suyo y cada uno busca su propio bienestar. ¿Para qué salvarlos s...