111 - Aquí esta

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Día 28 de Opalios

Región de Bórea 


Aisac caminaba entre las grandes columnas que anunciaban la entrada al recinto del señor de Bórea, Datrius. Sus pasos eran lentos debido a las cuerdas que los sujetaban. Nadie hablaba, ni él, ni Escauro, ni Tora, ni Gabo, ni Galas, ni Sable. Las esperanzas del príncipe estaban desechas y toda su valentía se había reducido al espacio de su ombligo.

Uno tras otro, el príncipe y su sequito avanzaban con el más pesado de los andares. Aisac, abatido, Escauro, contando en su mente el dinero que cobraría, Sable, adolorido por cada intento fallido por escaparse, Tora, mirando al guardián por cualquier otro intento de huir, Galas, desanimado con la cabeza gacha y Gabo, contrariado por lo que estaban haciendo. 

El piso, de mármol blanco pulido, reflejaba las siluetas de aquella lúgubre procesión. De repente se detuvieron, Aisac levantó la mirada y contempló aquella enorme puerta negra que lo separaba del interior de la corte de Bórea, su blancura incomodaba la vista y su grandeza la hacía verse tétrica. Gabo se adelantó para abrir las puertas, pero al llegar frente a ellas, dudó por un momento, miró de reojo a Escauro, feliz por la captura del príncipe y a Aisac, con la mirada perdida

— ¿Sería aquella la mirada de un traidor? — Se preguntó justo antes de abrir las puertas de par en par sin ningún esfuerzo.

La iluminación era perfecta, no había en toda la corte ni un solo rincón que no estuviese cubierto de luz, las columnas negras, el estrado de madera barnizada, los altos asientos judiciales, el candelabro mayor con sus múltiples espejos balanceantes, los emblemas de Bórea e incluso el mismo Señor Datrius, ataviado de ropas y joyas brillantes, armonizaban de manera perfecta en esa habitación. 

Victorioso, Escauro sujetó con fuerza al príncipe y con desdén y lo arrojó frente al señor de Bórea, haciéndolo caer al piso, ante la mirada llena de coraje de Sable y la inquietud de Galas. 

De inmediato, un tanto incrédulo, Datrius bajó de su asiento en la corte y se acercó hasta ponerse frente al príncipe de Risent.

Aisac miró las enormes botas frente a él y poco a poco fue levantando la vista, encontrando un pantalón color caoba con un cinturón de hebilla dorada, resaltando un par de empuñaduras largas a los costados. Levantó más la cara, el cuerpo del señor era grande, alto, obscuro, imponente, forjado en la guerra muy distinto al de Escauro forjado en el trabajo, portaba un chaleco negro que marcaba su amplio pecho y cubría parte de su cuello, de barba cerrada, ojos obscuros, rasgos toscos y una calva brillante. 

Sable y Galas no apartaban la vista del señor Datrius quien buscando algo tras su espalda se acercó al príncipe. Cada paso era percibido por ambos guardianes, cada movimiento, cada gesto, cada gesticulación hasta que, el señor Datrius encontró lo que buscaba y comenzó a regresar su mano al frente, ahora con una daga en ella.

Sin que Escauro, Tora o Gabo pudieran preverlo, a pesar de sus ataduras, Galas empujó al abogado y Sable derribó a Tora de una patada, apenas lo hubieron hecho, ambos se colocaron delante del príncipe, protegiéndolo, Galas armado con una daga que había sacado de sus ropas y Sable con un cuchillo de lo más peculiar. Ambos, aun con los grilletes en sus manos.

Datrius no pudo evitar sonreír y con un movimiento veloz atravesó tanto al bufón como a su guardián, desconcertándolos al verlo justo frente a Aisac y con sus ataduras cortadas. 

— Escauro siempre fue muy brusco con los encargos — aseguró el señor de Bórea liberando al desconcertado príncipe —. Bienvenido seas, Aisac — habló mientras le ayudaba a levantarse y le tomaba de los hombros —. Mira cómo has crecido — sin contenerse, Datrius abrazó a príncipe con un profundo afecto paternal, desconcertando a todos en la sala. 

Llenos de dudas, pero libres de amenaza, Sable y Galas se acercaron con el príncipe. 

— Pero si es el mejor bufón de todo WindRose, Galas — saludó Datrius haciendo que el bufón aplaudiera —. Espero que no te incomode que vea tu cara — extrañando al príncipe y a su guardián, Galas palideció ante el comentario mientras Datrius cortaba sus ataduras — ¿Y qué tenemos aquí? — Datrius miró a Sable, indicándole que levantara las manos para liberarle — El guardián personal del príncipe — Sable no sabía si debía bajar su cuchillo —. Tranquilo, guarda tu arma, o podría pensar que vienes de una familia complicada.

Esta vez fue Sable quien se paralizó al oír al señor de Bórea mientras era liberado.

— Tenemos mucho de qué hablar — retomó pasando un brazo por el cuello del príncipe. 

— ¿Pero qué demonios pasa aquí? — exigió saber Tora.

— Señor Datrius — habló el hombre de ojos verdes —, exijo saber que está...

— Has maltratado mi mercancía Escauro, estoy considerando pagarte solo la mitad — le regañó Datrius con tono serio.

— ¡Está loco! — replicó el cofrade ofendido — Hemos pasado un sinfín de dificultades para capturarle tal como nos ordenó.

Aisac, Sable y Galas miraron a Datrius de nuevo con desconfianza.

— ¡Te ordené traerlo, no atraparlo, ni mucho menos maltratarlo! — aclaró.

— ¿Y yo que iba a saber? Medio WindRose está tras su cabeza. 

— ¡Se supone que eres un profesional!

— Lo soy, aquí esta. Además, si no lo quería capturar ¡¿Entonces para que me ordenó traerlo?!

— ¡Para salvarlo!

La voz grave de Datrius retumbó en la corte, permitiendo que los presentes asimilar la situación.

— Tenemos mucho de qué hablar — insistió Datrius —. Tomemos un baño primero y de allí vayamos al comedor, ahí los pondré al tanto, pero, para resumir — explicaba mientras comenzaba a caminar —, Gladius va a coronarse, varias ciudades de Slava fueron destruidas y, antes de que se me olvide — Datrius giró el rostro —, tu hermano, Emilio, está retando a todos los peleadores en el torneo de gladiadores de Risent — Escauro tartamudeó.

Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora