Azfel caminaba lento y despacio, como si con ello pudiese ganar tiempo para pensar y explicarle a su madre cómo él se había vendido. El joven era seguido por dos mercenarios que lo habían acompañado desde aquel bar, caminaban por un sendero terroso marcado por los años, meditando sin poder darse cuenta del cielo despejado o del vivaz pasto verde creciendo a los lados. Su vida, su madre y su futuro estaban presentes en su corazón.
— Hey, muchacho. Oí que te vendiste.
Sacándolo de sus pensamientos, Azfel reaccionó a la voz y giró, frente a él, encontró a un hombre imponente, de pecho cincelado y cubierto tan solo por un chaleco negro que permitía ver sus músculos marcados. Portaba un pantalón color vino, sucio por los trabajos del día, en los brazos tenía vendas grises que también cubrían las manos. Era grande, alto, de facciones marcadas y voz grave, aunque lo que más resaltaba, eran sus profundos ojos verdes.
— ¿Vendiste tu libertad? — repitió el hombre ante su silencio.
— Sí... así es, señor — respondió un tanto confundido, pero con un gesto, los mercenarios le indicaron que se apresurara. —. Lo siento, debo irme.
— Un segundo — añadió el abogado señalándole a los mercenarios que lo acompañaban que se acercaran para ver el cambio del documento.
— ¿Por qué te vendiste? — continuó preguntando Escauro.
Azfel titubeó un poco al responder a un completo extraño, pero la mirada franca y serena de Escauro le animó a contestar.
— Para ayudar a mi familia.
El hombre alzó las cejas asombrado por su respuesta.
— Ya veo... ¿Por cuánto te vendiste?
Azfel estaba impaciente, sabía que tenía que ir con su madre y regresar para no hacer enojar a su dueño.
— Lo siento, señor, pero tengo algo de prisa — se disculpó y antes de retomar su camino escuchó al abogado.
— El Señor Escauro compró tu libertad, él es tu nuevo dueño — explicó Gabo al tiempo que despachaba a los mercenarios que había acompañado a Azfel, desconcertándolo al mostrarle el documento.
Azfel no comprendía nada, revisó el documento y el notario confirmó el acto.
— Tienes carne en los huesos, eso me gusta — sin perder tiempo, Escauro palpó los músculos de sus brazos y piernas — necesitarás un poco de entrenamiento, pero prometes mucho. Leí tu nombre en los documentos, te llamas Azfel y no hay apellido. No tienes padre — evidenció, haciendo que el joven baraja la mirada —. En ese caso, a partir de ahora llevarás mi nombre, Azfel de Alcedo. Suena bien — reconoció orgulloso mientras sacaba el pecho.
— Perdone — todo pasaba muy rápido —, ¿quién es usted?
— Oh, disculpa — le sonrió el hombre — yo soy...
— ¡Escauro Alcedo!
Tras del joven, el hombre, el abogado y el notario, aparecieron cuatro hombres armados con espadas y cuchillos, al mismo tiempo, cuatro mercenarios más, dos en cada lado, cortaron toda posibilidad de escape, rodeándolos con despiadadas intenciones.
— Aquellos mercaderes no pueden aceptar que alguien tenga mejores gustos al comprar — respondió con su imponente voz mientras se ponía frente al abogado, el notario y de Azfel procurando defenderlos — quédense atrás, yo me encargaré.
Tres sujetos se abalanzaron con sus espadas por delante, pero con una agilidad inusitada, Escauro los evadió y con gran precisión, golpeó las rodillas, codos y hombros de sus atacantes. Al instante ellos cayeron al suelo, retorciéndose de dolor y soltando sus armas.
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Erasus Drakone
FantasyCuando obtenemos lo que más deseamos ¿crecemos? ¿cambiamos? ¿mejoramos? ¿nos volvemos avariciosos? ¿morimos en paz? El reino entero se encamina a su destrucción, la sociedad busca lo suyo y cada uno busca su propio bienestar. ¿Para qué salvarlos s...