Aisac con la mente confusa, ropa mojada y cuerpo adolorido, tardó un tiempo para recuperarse y volverse a levantar. Sus ojos cansados, tardaron en enfocar una imagen clara del lugar donde se encontraba, con lentitud se puso de pie y poco a poco las sombras se volvieron nítidas, las luces débiles que entraban, a través de una cortina gruesa y larga, le hicieron reconocer la antesala real.
Miró a su alrededor buscando a su guardián y al no encontrarlo, se llenó de terror.
— No, no puedo desistir — se decía mientras se levantaba —, él esta bien — intentaba tranquilizarse — he logrado llegar hasta aquí gracias a él, no puedo regresar ahora — se dijo mientras caminaba con firmeza a un par de puertas enormes —. Aunque sea solo, debo hacerlo.
El príncipe abrió las puertas, contemplando a detalla la extraña cuadricula en el piso, el amplio espacio vacío delante de él, las enormes cortinas rojas del fondo y a Gladius, sentado en el trono de su padre, mientras bebía directo de una botella de vino.
— Has llegado lejos sin duda — reconoció el decreto limpiando su boca con la manga de su traje —. Algo tarde, pero al menos llegaste.
— ¡Gladius, maldito traidor!
Aisac tomó su arco y al instante disparó una flecha directo al corazón de su oponente, el decreto sonrió y para sorpresa de Aisac, su padre, sin razón de sí, salió detrás del gran trono e interponiéndose, recibió la flecha en su pecho.
— ¡Padre!
Gladius comenzó a reír al ver como el rey Eivan caminaba unos cuantos pasos hacia Aisac y después se desplomaba en el suelo cuadriculado. Aisac, aterrado y devastado corrió hasta su padre.
— ¡Padre! ¡Por favor respóndeme! — suplicaba desesperado el príncipe.
Gladius terminó con la botella y arrojándola tras de sí, se dirigió a las enormes cortinas y las abrió de par en par.
Aisac, desde la habitación más alta de todo el castillo, pudo observar las cercanías del castillo, desde donde se divisaba la arena del coliseo. Aisac no pudo sino estremecerse por la enorme cantidad de muerte y destrucción que los trebejos de Gladius habían sembrado en la arena, en medio de todo, los peones aún mataban todo cuanto estuviera delante de ellos.
— Aquí termina el reinado de los Victorius, sus luchas, victorias y éxitos se consuman en una sola derrota, ha sido difícil, pero al final se ha conseguido — celebró Gladius mirando desde el borde de la habitación.
— ¿Todo esto por terminar con mi familia? ¿La destrucción sin medida y las muertes incontables?
— Oh, no. Claro que no — pronunció con arrogancia —. El mundo necesita de miedo, dolor y rencor para permanecer tranquilo, necesitan un odio dirigido para obedecer — explicaba entre su embriaguez —. La paz y la prosperidad solo conllevan a la pereza y a la perversión, yo les he dado una disciplina larga y duradera — aseguró —, pero, por si eso no fuera bastante — una sonrisa cínica se formó en su rostro — es tiempo de coronar a los peones.
Desde su lugar, sin dejar de abrazar a su padre, Aisac vio como los peones que se encontraban en la plaza principal sufrían transformaciones violentas en una nueva y mortal figura.
— Fue tu padre quien declaro que un Rey no es nada sin su reina — se burló Gladius —, de estar consciente, sería feliz al ver a ocho de ellas.
Los gritos se intensificaron de tal manera que eran audibles desde el salón real, el sonido de las matanzas, la muerte y el dolor se propagaban sin restricciones.
— ¡Tú!, ¡tirano cobarde! — Aisac dejó de lado a su padre y sujetó su arco con fuerza — ¿qué sabes tú de este reinado y su sufrimiento?
— Ternura, eres un pequeño leoncillo que se acaba de dar cuenta que...
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Erasus Drakone
FantasyCuando obtenemos lo que más deseamos ¿crecemos? ¿cambiamos? ¿mejoramos? ¿nos volvemos avariciosos? ¿morimos en paz? El reino entero se encamina a su destrucción, la sociedad busca lo suyo y cada uno busca su propio bienestar. ¿Para qué salvarlos s...