85 - Faltan las antorchas

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Retomando su camino, sin cantos ni hablar con personas, ellos llegaron a la entrada de Damasco, apenas hubieron puesto un pie cuando una pequeña multitud agresiva los rodeó.

— ¿A quién servís? — preguntó con desprecio una mujer.

Sable se colocó frente al príncipe y el dragón se preparó para lo peor. El viento soplaba con fuerza.

— Perdone, mi señora — Galas tomó la palabra rompiendo la tensión —, pero llevamos prisa, mi grupo circense y yo tenemos una presentación en Tylo.

— ¿Quién eres tú? — preguntó un hombre sujetando un azadón en sus manos.

— ¿Yo? Soy Galas, el mejor bufón de todo WindRose — declaró sacando el pecho y poniéndose de puntillas.

— ¿Eso es normal? — preguntó Silver ante el acto.

— Más de lo que se imagina — respondió Sable sin dejar de cuidar con recelo al príncipe.

— No nos interesa su oficio, pero si son drakones no podréis pasar.

— Es un decreto del señor feudal Gladius — declaró una joven con agresión.

— Entonces, ¿a quién servís? — inquirió la primera mujer.

— Sea Winkel, el grande, nuestro amparo que, por él, hemos llegado hasta esta tierra.

Las miradas se centraron en Silver quien había respondido.

— Él está con Winkel el grande — reconoció con gusto un anciano.

— A él déjenlo pasar, pero los demás deben responder — habló un hombre.

Dejándolo pasar, Silver fue separado mientras la multitud se centraba en el sequito del príncipe.

— A sabed que entre nosotros no hay quien tenga fe — Galas tomó la iniciativa —, somos hijos de la tierra sin final ni proceder — Aisac se sorprendió de la astucia de su súbdito.

— Su ropa parece normal.

— Permitidle entrar.

— Preguntad a los otros.

La multitud masculló al tiempo que el viento arreciaba poniendo nervioso a Sable quien rechinaba los dientes.

— Somos viajeros — alcanzó a pronunciar Aisac bajo su capucha.

— En ese caso — dijo una anciana decrepita — no le molestará enseñarnos vuestro rostro.

— ¡Sí, descubríos! — exigió la muchedumbre.

Galas intercambió una seña a Silver para alertarlo mientras que el guardián del príncipe estaba furioso.

— Si ellos no quieren entonces nosotros... 

Un golpe limpio derribó al hombre que se acercaba a Aisac, y ahí, frente a todos, Sable gruñía furioso intentando defender a su alteza y a su fe.

— ¡Es uno de ellos!

— ¡Detenedle!

— ¡Atrapadle!

Sable estuvo a punto de tomar su espada cuando el viento rugió y la capucha del príncipe se cayó. De repente el silencio los envolvió, la multitud se detuvo de súbito y contemplaron al rubio, desconcertados, incluso algunos pocos transeúntes no ocultaron su incredulidad, deteniéndose a mitad de camino para confirmar sus sospechas. 

— ¿Será él?

— ¿Vestido de esa manera?

— ¿Es el traidor? — las voces comenzaban a acertar.

Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora