Tras agradecer las atenciones y despedirse, Ark y Roger salieron del credo de los dragones a las calles de San Desiré. Ahora, tras el ataque a la ciudad, la tensión se respiraba e incluso los sobrevivientes se mostraban, tensos, nerviosos y heridos.
— Esto me recuerda a Waterfall — se estremeció Ark.
Tanto los dragones como sus amos caminaban hacia las afueras de la ciudad, a una calle ancha donde entraban las carretas repletas de mercancías. Ahí, decenas de personas sentadas en el suelo, esperaban pacientes la llegada de algunos víveres. El cielo estaba nublado, las casas grises parecían pedir perdón a quien entrase a la ciudad y la pobre gente estaba más que alterada.
Apenas se hubieron acercado unos cuantos pasos a la salida, cuando una de las personas, al ver a Roger con sus escamas blancas, comenzó a entrar en pánico al tiempo que lo señalaba, llamando la atención de todos.
— Un templario ¡Winkel nos proteja! ¡Un templario! — gritaba un hombre en un ataque de pánico.
La gente, temerosa, no sabía si atacar a Roger o huir de él.
— ¡Cómo se atreve a presentarse! — se indignó uno.
— ¡Matémosle!
— ¡Corramos! — lloró otro.
— ¡No nos hagáis daño! — suplicaron.
Tanto Ark como los dragones estaban confundidos pero su expresión cambió cuando cinco hombres, armados con palos y espadas, se acercaron a Roger con intensiones asesinas.
— Puedo encargarme de ellos sin problema — señaló Blanco.
— Su dolor los ciega — comprendió Azul.
— Aguarden — pidió Roger a sus compañeros tras lo cual miró a la gente —. Hermanos – intentó calmarles —, nosotros no hemos venido a...
— ¡Calla, maldito! Solo quieres confundirnos para matarnos en cualquier instante.
Ark y los dragones se percataron que el número de gente crecía y los rodeaba de manera más amenazante, gente enfurecida y con sed de venganza. Tras de Ark, aparecieron, tres personas apuntándole con lanzas largas.
Bravo esperaba el menor movimiento para fusionarse con su amo, cuando, sin dudarlo, Roger se quitó despacio su pectoral blanco quedándose solo con una playera café. Este hecho confundió a los presentes, pero los intrigó al ver a Roger acercarse frente a las puntas de las lanzas.
— Si alguien lo hiere no dudaré en recuperar mi forma — amenazó Fulgore, nervioso por la acción de su amo.
— Soy Roger Beliviere — se presentó a sus desconcertados atacantes — y os aseguro, por Winkel, el grande, que yo no me encontraba en este lugar el día de la masacre.
— ¡Es el lobo rojo!
— ¿Un Beliviere?
— Alabado sea Winkel.
— Aún está vivo.
— Es un milagro.
— ¡Bajen sus armas! — exigieron algunas personas, convenciendo a los lanceros.
— ¿Lo conocen? — decía sorprendido Ark.
— Así parece — dedujo Bravo
Las personas que antes lo habían amenazado, ahora se deshacían en disculpas, suplicándole a Roger que los perdonara.
— Mil disculpas, Rojo, pero nuestra confianza a los templarios ha sido mancillada — explicaba arrodillado un hombre con la lanza en el suelo.
Ark vio cómo la gente se tranquilizaba y algunos de ellos se soltaban a llorar, vió con detalle sus rostros cansados y avergonzados y, al percatarse, distinguió orificios extraños atravesando árboles, casas e incluso muros.
— ¿Qué ocurrió aquí? — exclamó Ark en voz alta.
— Los templarios nos atacaron — explicó uno de los arrodillados —. Aquellos a quienes habíamos admirado, aquellos a los que confiábamos nuestras vidas y depositamos nuestra fe, nos atacaron — narraba el hombre comenzando a derramar lágrimas.
— ¿Por qué? ¿Cómo ocurrió? — preguntó Roger ante la vista de Fulgore desde el yelmo.
— No lo sabemos, pero incluso el general Marcus estaba liderando la compañía.
— De la nada, un espíritu maligno atravesó nuestras casas y muros como si fuesen de papel – una mujer señaló los agujeros de la ciudad —. Se dice que los templarios estaban poseídos y comenzaron a usar magia.
— Algo que lo atraviesa todo... — Bravo miró dentro de un orificio, notando que este atravesaba todo el interior de una casa.
— Decretos — supuso Ark, siendo escuchado por Roger.
Al lugar, inconsolable, llegó una mujer cubierta de lágrimas postrándose ante ellos.
— Lobo rojo de la casa Beliviere, templario, por favor, mi hija agoniza y no le queda mucho tiempo — se desbarataba en llanto mientras que, en sus manos, se aferraba al símbolo de Winkel, una cruz travesando una flor de lis en sus extremos. Todo grabado hermosamente en madera roja barnizada —. Si fuese usted tan amable de darle una última unción, le estaría muy agradecida.
Roger se hincó y con sumo amor tomó la mano de la mujer, levantándole.
— Sea tan amable de guiarme, humilde señora mía — de inmediato el joven se volvió a poner su coraza mientras seguía sin duda a la mujer.
La multitud les dejó pasar y Ark y Bravo siguieron al joven. Así se encaminaron a una puerta no muy distante.
— ¿Su hija fue herida? — preguntó Beliviere.
— Era tan joven — exclamó una anciana entre la gente.
— En la flor de la juventud.
— Un año más y hubiera podido casarse.
— Era hermosa.
— Un castigo — se acongojó la mujer —. Morir antes que los hijos es un castigo.
Los cuatro oían a los murmullos de la gente hasta que llegaron frente a una puerta de madera con una gran cruz negra pintada con carbón. La mujer entró, pero Roger se detuvo un instante ante la puerta.
— No tardaré nada — aclaró a Ark.
— ¿No podemos entrar? — preguntó Bravo.
— La unción es algo que solo debe ser visto por la familia del desahuciado y el que efectúa la ordenanza — explicó Fulgore desde el yelmo — y yo. Son reglas extrañas.
— No puedo dejarte afuera — le recordó Roger —, todos te verían.
— Lo sé, solo entre y terminemos esto de una vez — refunfuñó Fulgore.
— Solo tomaré un momento — así, Roger se adentró armado con su dragón mientras Ark y Bravo esperaban fuera.
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Erasus Drakone
FantasíaCuando obtenemos lo que más deseamos ¿crecemos? ¿cambiamos? ¿mejoramos? ¿nos volvemos avariciosos? ¿morimos en paz? El reino entero se encamina a su destrucción, la sociedad busca lo suyo y cada uno busca su propio bienestar. ¿Para qué salvarlos s...