68 - No creo en el destino

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Aura, caminando más desesperada a cada instante, se dirigía frenética a la plaza de Galia.

— ¡Dese prisa, posadero! — exigía levantando los holanes de su vestido para caminar más rápido.

— Voy detrás de usted, baronesa — contestó el hombre, agotado por la exigente muchacha.

Ellos avanzaban presurosos aquella mañana por las calles de Slava en busca de un buen guardián, transporte y provisiones.

— Infeliz Aisac, dejarme sola en Slava a mi suerte — mascullaba Aura —, pero no te escaparás tan fácil de mí. Te ayudaré, te guste o no y demostraré que yo puedo hacer más por WindRose que tú... Posadero, ¿estás seguro que en la explanada de la plaza encontraré a alguien para contratar? — cuestionó. 

— Así es, baronesa. Decenas de guerreros forajidos y miembros de la cofradía de los mercenarios están dispuestos a prestar sus servicios a quienes les paguen de forma generosa. 

Las calles angostas no detenían la voluntad de aquella joven mujer determinada a ayudar a WindRose a su manera. A su paso, observaba como los pocos comercios abrían sus puertas y ventanas al paso de la fresca mañana. La gente los veía pasar apresurados e inquietos y no era para menos, Aisac debería de estar en camino al puerto de Cartago con varias horas de ventaja. Los rayos del sol deslumbraban el terso rostro de Aura, pero faltaba más que eso para detener su ambición. A cada paso, sus largos cabellos se movían al ritmo de sus estridentes pisadas, haciendo eco en cada una de las casas y calles por donde pasaban. 

Al fin, con la respiración agitada, Aura llegó a la explanada de Galia, una plaza principal donde los comerciantes por la tarde, vendían sus mercancías para sacar adelante a sus familias. Un amplio espacio donde las fiestas de aquella ciudad encontraban lugar. Un sitio romántico donde, tanto los atardeceres como los amaneceres, se desplegaban pintando con sus colores el complejo adoquín hexagonal que tapizaba aquella área. Sí, era un lugar excepcional y Aura pudo contemplarlo a su máximo esplendor ya que, para desgracia del posadero, la plaza se encontraba vacía, a excepción de un hombre y un joven igual de confundidos por la ausencia de gente. 

La baronesa, colérica, tomó al posadero por sus ropas y lo sacudió con brusquedad.

— ¡¿Por qué no hay nadie aquí!? — le gritó a la cara generando un eco resonador.

— No... No lo sé, se supone que aquí deberían de estar repleto de hombres dispuestos a prestar servicio.

— ¡Aquí no hay nadie! — le volvió a gritar sacudiéndole — ¿Ahora dónde contrataré un guardián?

— No he podido evitar oír sus gritos — el hombre y su acompañante se acercaron a ellos —. Al parecer, todos han partido a causa del llamado de Gladius para reclutar a cuantos pudiese.

Aura soltó al posadero y recobrando su compostura, miró molesta a los ojos verdes de aquel gran hombre que se acercaba y, sin tardanza, aclaró su garganta recordándole el papel que debía desempeñar.

— Perdone, buen señor — habló con timidez el posadero frente al enorme hombre musculoso frente a él —, pero se encuentra en presencia de la legítima señora de Waterfall, la baronesa Aura.

El imponente hombre abrió los ojos por completo y sin dudarlo, hizo una reverencia. Se hincó y con delicadeza besó la mano de Aura ante la extrañeza de su compañero.

— Buen día, baronesa — habló con una rodilla en el suelo —, lamento lo ocurrido en Waterfall — se sinceró, tras lo cual se incorporó —. Mi nombre es Escauro Alcedo, pertenezco a la cofradía de los estibadores, él es Azfel, mi aprendiz — Azfel se inclinó para saludar, al tiempo que Aura veía la cicatriz de su anterior pelea en su brazo —. Yo estuve al servicio de vuestro padre en varias ocasiones, me alegra el verla a salvo en esta hermosa mañana. 

Erasus DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora