Tras dormir unas horas, Dumond pudo sentarse a pesar del dolor, al tiempo que admiraba cómo su esposa se recuperaba, bajo el cuidado de Sable, de la terrible fiebre que por tanto tiempo la había atormentado. Observó cómo sus hijos jugaban con Galas al tiempo que miraban y brincaban ansiosos por la comida en su plato. Tras esto, encontró que el manto del Príncipe, se había puesto delicadamente sobre el respetado cuerpo de su padre.
— Alteza... yo... no sé cómo agradecerle — exclamó conmovido mientras gruesas lágrimas corrían por su cara.
— Dime, Dumond, ¿qué ha acontecido para que tú y tu familia hayan terminado en estas condiciones? — preguntó.
El hombre respiró hondamente, como si intentase tomar valor y respondió.
— No hace mucho, yo tenía la dicha de ejercer dos oficios, el de curtidor y el de sastre, en ellos tenía el privilegio de que mi esposa y mi padre me ayudaran. Intenté ser dedicado en cualquier negocio y comencé a tener buena reputación, pero para desgracia, mi fama llegó a los oídos del señor Gladius — pronunció con desprecio—. Sin preguntarme, fui llevado al castillo del señor como cualquier prisionero y comencé a servirle sin que él me diese ni una moneda por mis servicios. Mi padre y mi esposa se hicieron cargo del negocio en mi ausencia y continuaron trabajando con esmero para igualar la calidad de mis trabajos. Así, yo continué laborando con la misma dedicación y esfuerzo con tal de complacer al señor, pero las largas horas que se me exigían me obligaron a descuidar a mi familia. A causa de ello, mi esposa, preocupada por los pocos pedidos que ahora llegaban a casa, enfermó. Mi padre intentó hacer todo lo posible por llevar él solo el negocio, pero su edad no le permitió durar mucho en aquel pesado deber. Así caímos en la pobreza. Mi esposa ya no se levantó, y mi padre hizo lo único que un anciano podría hacer en su desesperación, mendigar — Dumond guardó silencio mientras se limpiaba las lágrimas —. Con tal de alimentar a mis hijos, mi padre jamás probó ni un solo bocado de la comida que traía, ni uno solo. ¿Puede comprender tal amor, alteza?
Aisac guardó silencio al tiempo que sentía su corazón comprimido.
— Yo me enteré de esto gracias al mercader que les vendió la ropa en la entrada de Zigma, él tuvo la preocupación de que yo me enterara del estado de mi familia. Se podrá imaginar, príncipe, la escena que monté frente a Gladius explicándole el cruel destino de mis seres amados y rogándole por siquiera el pago de una moneda de oro por todos mis servicios. Ahora imagine mi sorpresa al ver el enojo del señor y tratarme como el más ruin estafador, alegando que todos mis servicios no estaban a la altura de la calidad real. Esto me arrebató las esperanzas de traer dinero a mi hogar, aunque supuse que me liberaría de mi obligación para con él. Cuan equivocado estaba. En lugar de ello, me propuso hacerme su esclavo, diciendo que mi condición como ser inferior, al no nacer dentro de la nobleza, era algo que jamás cambiaría, y que, por ello, los nobles tenían todo el derecho de tratar a los de mi clase como mejor les pareciera, por lo que la única forma de ayudar en algún sentido a mi familia era la de venderme al señor y renunciar a todo derecho como ciudadano. Con ello, él aseguraba a mi familia dándoles el dinero que yo ganase al venderme. Desesperado, lo hice, pero él no cumplió su parte. De nuevo, el mercader me contó que mi familia decaía más y más. Desesperado y, ahora, con grilletes en las manos, decidí escapar. Con ayuda de mi amigo el mercader rompí las cadenas que me sujetaban y escapé. Eso no tiene más de un par de días. Cuando llegué aquí, encontré a mis hijos desnutridos, a mi padre agonizando, y a mi esposa demacrada. No tenía dinero para comprar material, no tenía nada para poder ayudarlos y como si eso no fuese suficiente castigo, algunos guardias de Gladius me buscaron, por lo que no pude hacer nada sino esconderme con mi amigo el mercader. Hasta ayer todos los guardias que me buscaban se fueron. Por desgracia ya era demasiado tarde para mi padre...
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Erasus Drakone
FantasyCuando obtenemos lo que más deseamos ¿crecemos? ¿cambiamos? ¿mejoramos? ¿nos volvemos avariciosos? ¿morimos en paz? El reino entero se encamina a su destrucción, la sociedad busca lo suyo y cada uno busca su propio bienestar. ¿Para qué salvarlos s...