Libro I
Nombre de antes DESTINATI A STARE INSIEME
La leyenda afirma que aquellos que estén unidos por el hilo rojo están destinados a convertirse en almas gemelas, y vivirán una historia importante, y no importa cuánto tiempo pase o las circunstanc...
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Zairo D'angelo
26 de noviembre del 2018
El sonido del metal al chocar resonaba en el espacio vacío de mi apartamento mientras levantaba la barra de pesas por encima de mi cabeza. La bruma de mis pensamientos, mezclada con la monotonía del entrenamiento, hacía que el tiempo se sintiera suspendido. No estaba pensando en nada en específico, o quizás lo estaba, pero mi mente era buena para guardar secretos incluso de mí mismo. El movimiento repetitivo, el peso sobre mis hombros y la tensión en mis músculos siempre habían sido la única forma de liberar la presión que sentía constantemente.
Todo estaba en silencio excepto por mi respiración controlada, cuando el teléfono en la mesita vibró, rompiendo mi concentración. Lo ignoré al principio, pensando que era una notificación cualquiera, pero volvió a vibrar, insistentemente. Suspiré, dejando la barra en el suelo con un golpe seco, y me acerqué al aparato.
Un número desconocido. Apreté los dientes, pero contesté.
—¿Sí? —dije con un tono más brusco de lo necesario.
Lo único que recibí a cambio fue silencio. Ni un murmullo, ni siquiera un ruido de fondo. Fruncí el ceño y revisé la pantalla para asegurarme de que la llamada seguía activa.
—¿Hola? —insistí, con más fuerza esta vez.
Nada. Apenas una respiración distante, y entonces la línea se cortó.
Me quedé mirando el teléfono un momento antes de soltarlo sobre la mesa. Una llamada rara no era algo que me alterara, pero había algo en ese silencio que me había puesto los nervios de punta. Sacudí la cabeza, tratando de apartar el malestar, y volví a concentrarme en el ejercicio.
Había retomado las pesas y estaba a mitad de una repetición cuando el teléfono vibró de nuevo. Dejé caer la barra con un estruendo. Esta vez no iba a ser tan amable.
Agarré el teléfono y contesté inmediatamente.
—¿Quién diablos eres? —gruñí, el tono bajo, cargado de amenaza.
De nuevo, el silencio. Pero esta vez, la respiración al otro lado era más evidente, casi como si la otra persona quisiera que supiera que estaba allí, escuchándome. Mi paciencia se evaporó en un segundo.
—Escucha, no tengo tiempo para tus juegos. Si vuelves a llamar, te arrepentirás —solté con dureza antes de colgar.
Respiré hondo, dejando que la adrenalina que me había subido a la cabeza se disipara lentamente. Quizás era algún imbécil con demasiado tiempo libre, alguien que había conseguido mi número por accidente. No tenía importancia, o eso intentaba convencerme.
Intenté retomar el ejercicio, pero apenas había completado unas cuantas repeticiones cuando el teléfono sonó por tercera vez. Mi mandíbula se tensó mientras lo tomaba con tanta fuerza que los nudillos me dolieron.