Capitulo doce

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Keyra Lombardi

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Keyra Lombardi

23 de junio del 2018

La penumbra de la biblioteca era como un manto de silencio envolvente, cargado de una extraña expectativa que me hacía sentir una mezcla de inquietud y emoción. Cada vez que mis ojos se cruzaban con los de Zairo, una chispa se encendía, amenazando con prender fuego a todo lo que creía bajo control. Me sentía desafiante y, al mismo tiempo, vulnerada por la intensidad de su mirada, como si pudiera ver todas las capas que tanto me había esforzado en ocultar.

Podía sentir cómo cada uno de sus pasos hacía que el aire entre nosotros se volviera más denso. Cuando llegó frente a mí, mis labios se entreabrieron, como si mis palabras quisieran encontrar la salida, pero las atrapara el vértigo del momento. No había escapatoria. Sus ojos clavados en los míos me retenían en una especie de desafío silencioso.

—¿Te das cuenta de lo que estamos haciendo? —preguntó, su voz grave llenando el espacio como un eco atrapado entre las paredes de libros.

Su cercanía me desarmaba y, aunque sentía cómo mi corazón latía con fuerza, no pude evitar responder, enfrentando su mirada con la mía. —¿Y qué es? —pronuncié, aunque en mi interior ya intuía la respuesta.

Cada palabra que intercambiábamos era como avivar la llama de algo prohibido, algo que ambos sabíamos que no deberíamos cruzar. Pero esa incertidumbre, esa línea tenue y peligrosa, tenía un atractivo innegable. Quizás era la sensación de libertad en medio de ese silencio, o el deseo reprimido que no podía callar más.

—Estamos jugando con fuego. —dijo Zairo, con una intensidad en su voz que me hizo estremecerme. Algo en él me hacía sentirme viva, como si todo lo demás se desvaneciera.

Él sonríe, sus ojos brillando con una mezcla de diversión y desafío. Su mirada tiene un poder sobre mí que no puedo resistir; es como si estuviera hecha para cautivarme y, al mismo tiempo, desarmarme. Sus palabras son una promesa envuelta en deseo, y aunque sé que podría retroceder en este instante, también sé que ya no quiero hacerlo.

—¿Y si me gusta la idea de quemarme? —respondí, y en ese instante, supe que acababa de saltar al vacío. No había vuelta atrás.

Su expresión cambió, y podía ver el deseo reflejado en su rostro, un deseo que me correspondía y que me dejaba sin aliento. Cuando se acercó, me sentí atrapada, hipnotizada, como si cada centímetro que nos separaba estuviera impregnado de electricidad. Y cuando me besó, el mundo desapareció. Fue un beso profundo, apasionado, uno que parecía liberar todo aquello que había escondido.

El contacto de sus labios sobre los míos, el calor que emanaba de su cuerpo, me hacía perder la noción del espacio y del tiempo. No quería detenerme. Todo lo que había contenido hasta ese momento explotó en una ráfaga de emociones, y cuando finalmente nos separamos, sentí su aliento contra el mío, y un susurro lleno de sinceridad.

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