Capitulo once

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20 de junio del 2018

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20 de junio del 2018

Mis ojos recorren la pared cubierta de fotos una vez más, repasando cada detalle. Tengo su sonrisa, su mirada, sus gestos congelados, momentos que sólo yo puedo ver en su verdadera esencia. Su presencia está en cada esquina de esta habitación, dominada por su imagen, como una sombra que no me abandona, pero no me asusta. Al contrario, me da un placer que nadie entendería.

Observo una de las fotos que capturé una tarde cualquiera, cuando ella pensaba que estaba sola. Su expresión es tranquila, serena, y a la vez, tiene esa chispa que siempre quise atrapar. Se la veía libre, ajena a la realidad que yo estaba moldeando, ajena a cómo yo creaba este pequeño mundo con ella como su centro. A veces pienso que todo lo que hago es para volver a ese instante, cuando nada ni nadie nos separaba.

Me acerco al tablero donde pegué sus fotos y rozo suavemente la imagen con los dedos, recorriendo su perfil. Esa era su sonrisa, esa que sólo me mostraba a mí cuando estaba feliz. Cierro los ojos, recordando cómo solía mirarme, como si yo fuera el único que importaba. Fue ingenua al creer que esas miradas y esos gestos quedaban en el pasado. No sabe que aquí, conmigo, todo permanece. Siempre.

Enciendo una pequeña lámpara en la esquina, proyectando una luz cálida que ilumina solo las fotos. Así, en esta penumbra, parece como si ella estuviera aquí, observándome también, atrapada en su propio reflejo. No puedo evitar sonreír ante esa idea. No tiene idea de que, aunque ella decidiera irse, jamás podría escapar. Cada paso que da es como si me estuviera acercando más a ella, envolviéndola en esta red que he tejido con paciencia.

El teléfono vibra en la mesa, sacándome de mis pensamientos. Es él, el único que sabe un poco, lo suficiente para ayudarme sin comprender realmente mis motivos.

—¿Es suficiente ya? —escribe.

¿Suficiente? Me da risa, casi lástima que no entienda nada. Esta historia nunca termina; eso es lo que la hace perfecta. Le contesto rápidamente, sin rodeos.

—Nunca es suficiente.

Espero su respuesta, que llega con un tono que delata incomodidad. Sé que lo estoy llevando más allá de sus límites, y disfruto viendo cómo intenta mantener el control.

—No sé cuánto más puedo hacer esto... no parece correcto.

Correcto. Qué palabra tan banal, tan... limitada. Para alguien como yo, que ve el mundo en detalles mucho más sutiles, esas ideas de lo "correcto" o "incorrecto" no existen. Son restricciones que él mismo se impone, pero no yo. Yo ya me liberé de ellas hace mucho.

—No me interesa lo que pienses que es correcto —respondo, eligiendo las palabras con precisión—. Lo que importa es que lo hagas.

Lo imagino dudando, con esa expresión tensa que hace cada vez que lo empujo un poco más. Me divierte, es como si fuera parte de este juego, como una pieza que puedo manipular a mi antojo.

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