Libro I
Nombre de antes DESTINATI A STARE INSIEME
La leyenda afirma que aquellos que estén unidos por el hilo rojo están destinados a convertirse en almas gemelas, y vivirán una historia importante, y no importa cuánto tiempo pase o las circunstanc...
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Zairo D'angelo
Desperté con la luz suave del amanecer filtrándose por las persianas. El rostro de Keyra descansaba contra mi pecho, su respiración tranquila y constante. Su cabello estaba desordenado, una maraña perfecta que me hacía sonreír. La tenía abrazada, y ella me rodeaba como si no quisiera soltarme ni siquiera en sueños.
No pude evitar admirarla. Cada detalle me parecía hipnótico: sus pestañas largas, el leve rubor en sus mejillas, la forma en que sus labios se curvaban en una ligera sonrisa incluso dormida.
Inclinándome hacia ella, dejé un beso suave en su frente. Luego otro en su mejilla. Su piel era cálida, y con cada beso sentía como si el tiempo se detuviera.
—¿Qué haces? —murmuró con los ojos aún cerrados, su voz ronca por el sueño.
Sonreí. —Disfruto del mejor despertar posible.
Ella abrió un ojo, mirándome con una mezcla de diversión y somnolencia. —¿Acosándome mientras duermo?
—Te estoy adorando, que es distinto. —Dejé otro beso en la punta de su nariz.
Ella río suavemente, moviéndose para acurrucarse más contra mí. —Eres un caso perdido, D'angelo.
—¿Y qué culpa tengo si estoy loco por ti? —respondí mientras dejaba un beso en la comisura de sus labios.
Esta vez, sus labios se curvaron en una sonrisa pícara antes de responder. —No te voy a detener.
—Entonces, prepárate, porque no voy a parar nunca. —Y sin más, atrapé sus labios en un beso lento y profundo, disfrutando del momento como si el mundo entero no existiera fuera de esa habitación.
Su mano se deslizó por mi nuca, jugando con mi cabello mientras respondía al beso con esa mezcla perfecta de dulzura y pasión que me volvía loco.
El calor de su cuerpo contra el mío era como un ancla, manteniéndome en este momento, justo donde quería estar. No quería soltarla, y lo supe desde el instante en que abrí los ojos y la vi dormir tan tranquila.
A medida que nuestros besos se volvían más profundos, su respiración se aceleraba, y la mía no se quedaba atrás. Moví mis manos hacia su cintura, rozándola con cuidado, disfrutando del ligero estremecimiento que causaba mi toque. Entonces, sin previo aviso, la levanté con facilidad, colocándola ahorcajadas sobre mí.
—Zairo —dijo en un susurro, su tono casi culpable.
—¿Qué pasa? —pregunté, acariciando su mejilla con el pulgar, esperando pacientemente su respuesta.
—Mi papá —hizo una pausa, mordiendo su labio inferior—. Creo que debe andar por ahí.
Me quedé en silencio un segundo, procesando sus palabras. No pude evitar que una sonrisa traviesa se dibujara en mi rostro mientras apoyaba mi frente contra la suya.