CAPITULO 4

121 8 1
                                    

Sam

Mientras caminaba rumbo a casa, mis ojos se elevaban hacia el cielo, siempre en busca de señales. Contemplaba su vastedad, maravillándome ante la inmensidad celestial. En ese instante, decidí llamar a mi mejor amiga, deseando compartir con ella mis pensamientos y emociones.

—¡Hola! ¿Estás en casa? —pregunté con anhelo.

—Sí, ven, estoy aquí. Te espero afuera —respondió entusiasmada.

Al cortar la llamada, apresuré mis pasos y abordé un autobús para llegar a su morada. Minutos después, descendí en la parada indicada y me dirigí apresurada hacia su puerta.

Allí estaba ella aguardándome con una sonrisa radiante. La abrace como si el tiempo no hubiera transcurrido desde nuestro último encuentro.

—Hola, Sam, qué gusto verte —me saludo con emoción.

—Tengo que contarte muchas cosas.

—Vamos a tu habitación —propuse.

Nos recostamos en la cama, dispuestas a compartir nuestras confidencias.

—En el trabajo conocí a un chico que resulto ser el hijo de la dueña de la empresa —empecé a relatar, cautivando su atención.

—Un hombre adinerado ¡Dios mío! ¿Es cierto lo que dices? —exclamó con asombro.

—Sí, es verdad. Pero, eso es lo de menos. El problema es que siento que le gusto —expresé con una mezcla de emociones.

—Eso es una buena noticia ¿Por qué lo dices con esa actitud? —intervino, tratando de disipar mis preocupaciones.

—Él tiene mucho dinero y yo no tengo nada.

—¿Cuál es el inconveniente? Ya es hora de que te sucedan cosas buenas, ¿no crees? Te lo mereces después de haber sufrido tanto por el idiota de Ricardo.

—No puedo ni siquiera pensar en alguien que no sea él —confese.

—Quizás deberíamos considerar las posibilidades con el otro chico —propuso Andrea, intentando abrir mi mente hacia nuevas opciones—. No creo que este enamorado acabas de conocerlo y es probable que estés malinterpretando todo.

—Sabes una chica lo invitó a salir y él la rechazó.

—Quizás lo hizo porque tiene mejores opciones, o tal vez... es gay —soltó una risa traviesa, intentando añadir un toque de humor a la situación.

—¡No, eso no lo creo! —exclamé riendo a carcajadas—. Por cierto, has estado remodelando tu habitación —mencioné mientras sostenía un retrato—. Aún conservas esta foto.

—Desde hace años no te has dado cuenta, eres un poco despistada —respondió Andrea.

Giré mi rostro para observar las fotografías en la pared.

—Tienes muchas no logro distinguirlas —confesé, con una pizca de duda en mi voz.

En ese momento, ella se levantó de la cama y señaló una fotografía.

—En esta teníamos cinco años, estábamos en la primaria —preguntó con nostalgia.

Sonreí cuando recordé esa escena.

Cuando llegué a casa, coloqué el móvil sobre el velador y me tumbé en la cama para intentar descansar. De repente, el móvil comenzó a vibrar, atrayendo mi atención. Me acerqué y vi un mensaje de un número desconocido.

—¿Quién eres? —le pregunte por llamada, curiosa por saber quién me contactaba.

—Soy Carls, aún no me tienes en tus contactos —respondió.

Almas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora