53

11 1 0
                                    

Sam

—Estoy asustada, Samantha... creo que no debimos venir.

—Me lo dices cuando ya estamos en el auto y casi llegando.

—Es que, pensándolo bien, he recordado algo.

—¿Qué has recordado?

—Lo del libro y lo que escribiste en las botas cuando hiciste ese ritual extraño.

—El campamento...

—Se está cumpliendo todo lo que has escrito ahí.

—Solo es una coincidencia.

—Tú y yo sabemos que esto no es una coincidencia.

—Sí, ya me voy a reencontrar con Carls y me van a matar, y voy a desaparecer de la faz de la tierra.

—En la lista está él, Sam...

Me quedé paralizada mientras sostenía la hoja y leía despacio su nombre.

—No puede ser... Carls.

—No publiques el libro aún, por favor, quizás podamos cambiarlo.

—No, no, yo quiero verlo, han pasado dos años —me desesperé y perdí el control.

De pronto, el autobús en el que íbamos dio un frenazo, y yo, al estar de pie, caí al suelo.

—¡Ey, Sam!

—Joder, tu pecho está sangrando.

—No, estoy bien.

—¡Estás sangrando!

Me toqué el pecho; llevaba una blusa descotada y estaba sangrando de la nada.

—Oiga, mi amiga está sangrando.

—No, Andrea, no es nada malo, de hecho, era una herida que tenía —mentí.

—¿Estás bien? —me preguntó el profesor de ella.

—Sí, no se preocupe, estoy bien.

—Chicos, estamos cerca, bajen todos, tenemos que cruzar la montaña.

—Escuchaste, Samantha, dijo una montaña, estoy asustada, no quiero ir.

—No me va a pasar nada, estaremos juntas hasta el final —ella comenzó a llorar.

—No quiero que pase lo del libro, no quiero...

—No va a pasar eso, confía en mí.

Caminamos unos diez minutos hasta subir la montaña.

—¿Están felices por el campamento que vamos a hacer?

—Yo sí estoy contenta —respondió Allis mientras miraba el horizonte.

—Lo que menos quiero es salir después de los problemas que tengo.

—Sam, deja eso a un lado —respondió Gilbert, un antiguo compañero de la universidad.

—Tenías mucho potencial, deberías volver, Sam.

—Ya cállense todos, el profesor nos va a regañar —replicó Allis.

—¿Quiénes serán nuestros acompañantes? —pregunté.

—Algunos estudiantes de medicina y de docencia, son pocos.

—Fueron invitados, no lo creo.

—¿Por qué te sorprendes? —respondió Allis.

—Sam, no te sientas menos que ellos —me dijo Allis.

Almas DestinadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora