CAPITULO 7

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Carls

Ella no dejaba de sorprenderme y yo no podía hacer otra cosa más que sonreír y quedarme admirando su voz. Parecía un ángel, su voz era increíble.

Cuando ella termino de cantar, todos la aplaudieron emocionados. Sin embargo, pude notar que algo no iba bien. Sus ojos lucían cansados y se notaba que estaba luchando por mantener el control de su cuerpo. De repente, su cuerpo comenzó a se tambalearse y se desplomó. Por suerte, logré atraparla en mis brazos antes de que caiga al suelo.

—¡Samanta! —exclamé preocupado, sosteniéndola con delicadeza—. ¿Estás bien? ¿Qué te sucede?

Nos dirigimos a mi habitación, la coloqué en la cama y me fui al otro cuarto. Como faltaban horas para amanecer no pude dormir en la madrugada.

Después de unas horas, Sam soltó un grito mientras decía:

—¿Por qué estoy así? —escuché su voz llena de sorpresa.

Inmediatamente entré en la habitación con desesperación, y Sam me observo asustada.

—Porque entras sin pedir permiso —exclamó, lanzándose a la cama y soltando otro grito—.

—Lo siento, lo siento —me di la vuelta para evitar mirarla—, pensé que te había pasado algo, estaba preocupado.

—¿Dónde está mi ropa? ¿Por qué estoy aquí? ¿Acaso fuiste tú quien me desvistió?

—No, no, no... no fui yo, fue Isell.

—Sal de aquí, no quiero verte —de reojo vi que se tapó con las sábanas—.

Sam

Apenas salí, abrí el armario de la habitación. Parecía ser la ropa de Carls, así que busqué entre sus prendas para encontrar algo con que vestirme, pero solo encontré trajes negros y azules. Después de revisar otro armario, encontré ropa deportiva: me puse una camisa y salí corriendo de su cuarto.

Carls me vio y comenzó a perseguirme.

—Sam, ¿por qué te pusiste esa ropa? —me gritó desde lejos.

—Cuando vaya al trabajo, te la devuelvo.

—Espera, no camines tan rápido.

—Necesito irme a casa.

Llegué a la puerta principal y estaba cerrada.

—¿Qué haces, Sam?

—Estoy intentando abrir esta enorme puerta.

—¿Cómo crees que la vas a abrir si es eléctrica? —se burlo.

—Abre la maldita puerta.

—Ya esta bien, pero no te enojes.

Él abrió la puerta y me preguntó:

—Bueno, ¿qué vas a hacer ahora?

—Me iré caminando a casa —respondí mientras me alejaba corriendo.

—¡Oye, detente! Ya te llame un taxi, podrías perderte.

—No te preocupes, puedo irme sola.

Él me persiguió y me agarró del brazo.

—Ni siquiera sabes cómo llegar a tu casa y quieres irte caminando.

—Suéltame, no me toques —le quité la mano y me alejé de él—.

En ese momento, el sol estaba fuerte y, al mirar mis pies descalzos, comencé a quejarme por lo caliente que estaba el suelo. Cuando se percató de mi incomodidad, se acercó y me cargó entre sus brazos.

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