CAPITULO 32

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Sam

El se quedó conmigo esperando a que me calmara, después me llevó a casa.

—Por cierto, ¿por qué tienes bajas calificaciones? —me preguntó mientras se sentaba en el césped.

—Me he descuidado por estar trabajando, además los nervios no me permiten hablar delante de la gente.

—Te ayudaré a vencer ese miedo, vamos a mi casa —sugirió Carls.

—¿Cómo?

Pensé que era algo malo, pero el me llevó a su casa para darme clases de oratoria. Mientras se acomodaba en el sofá, me pidió que sacara mi libro de filosofía y memorizara lo esencial. Después, debía pararme al frente y mirarlo. Admirado por su conocimiento, pregunté cómo había aprendido tanto. Resulta que su madre, antes de poner una empresa ella trabajaba como profesora y por eso lo obligaba a leer mucho cuando era niño. 

 Cuando regresé a casa, llegué en la noche. Mi madre no me regañó, no estaba en casa: supuse que estaba trabajando, así que aproveché para ir a la cocina y darle de comer a Sasha.

—¿Dónde estás, Sasha? —comencé a buscarla por debajo de la mesa, no la encontraba. Busqué por todas las habitaciones, excepto en la mía. 

Entré a la recámara, y ahí estaba durmiendo en mi cama.

—Sasha, te estaba buscando por todos lados. —Me acerqué a ella para cargarla—. Te traje tu comida, preciosa.

La esperé a que terminara de comer y luego la arropé con la sábana para dormir juntas. Eran exactamente las ocho de la noche; todos los días dormía a esa hora.

***

En las primeras horas de clases, tenía con la profesora Raquel. Levanté mi mano, quería ser voluntaria para dar la exposición en la que tanto me preparé. Al principio se me dificultó; no estaba acostumbrada a hablar en público. Sin embargo, recordé todos sus consejos y los puse en práctica. Durante todo ese tiempo, me dediqué a estudiar en las mañanas y en las noches. Todos los días Carls venía a visitarme, nos sentábamos a conversar en el césped del patio de afuera.

—¿Salgamos este fin de semana? —me preguntó Carls.

—¿De verdad? Quisiera ir a la playa.

—Está bien, viajaremos en la noche para llegar en la mañana, ¿Te parece?

—Estoy de acuerdo, solo que no quiero que estemos a solas, podemos ir con amigos.

—Lo que tú quieras, mi Sam.

Le mostré una sonrisa y lo besé. Sin embargo, Ricardo apareció de la nada y cruzó por delante de nosotros, dirigiéndose a la casa de Josefina. No podía disimular la incomodidad y rabia que me hacían sentir.

—Hay algo que quiero preguntarte desde hace tiempo —me dijo con tristeza.

—Perdón, es que cada vez que me acuerdo de ellos y... lo siento —tartamudeé.

—Llevamos 6 meses, ¿Lo sabías?

—¿De qué hablas? —lo interrumpí, cuando ya deducía su pregunta.

—Es difícil decirte esto, por favor quiero que seas sincera —enfatizó con una mirada de preocupación.

—Me estás asustando, pero está bien, seré sincera.

Me quedé callada por unos segundos, para tomar valor y decirle la verdad.

—Sí... —confesé en voz baja.

Aunque él desvió su mirada, pude notar sus ojos llorosos. Percibí su tristeza, y yo también me derrumbé.

—Me tengo que ir, Sam —volteó a verme y fingió una sonrisa.

—Oye, pero eso no quiere decir que vaya a regresar con él, lo nuestro se terminó hace mucho tiempo —respondí nerviosa.

—Creo que es mejor terminar —dijo en voz baja.

—¿Por qué? No quiero terminar contigo —lo tomé de la mano, pero él me esquivó.

—Esto se terminó, Samanta. —Él se levantó y se marchó.

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