CAPITULO 28

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Sam

—Ojalá no me haya visto mi mamá —pensé mientras caminaba hacia la casa.

Al entrar, mi mamá me recibió con una expresión de molestia en su rostro.

—¿Qué hacías afuera con un hombre? —me reprochó.

Traté de explicarle buscando una respuesta convincente.

—Es un amigo del trabajo que me vino a dejar.

Mi mamá frunció el ceño, escéptica ante mi explicación.

—¿Del trabajo? Pero si estás con el uniforme, hubieras inventado una mejor mentira —me dio la espalda, evitando hablar más del tema.

No estaba dispuesta a dejar las cosas así, así que la seguí para intentar aclarar las cosas.

—No mamá, de verdad, no te estoy mintiendo.

En ese momento, Anabel llego con una expresión de preocupación.

—¿Qué te pasa, Anabel? —preguntó mi madre, acercándose a ella para consolarla, dejándome sola en la conversación.

Los observé mientras hablaban, y no pude evitar preguntarme por qué mi madre siempre estaba allí para consolar a Anabel, pero no parecía entenderme a mí cuando yo necesitaba apoyo. Sentí una sensación de abandono y confusión, sin entender por qué había una diferencia en el trato que recibíamos.

—Deja de llorar, hija. Ahora iremos a ponerle otra orden de alejamiento —dijo mi madre, intentando calmar a Anabel.

—Anabel, tú eres fuerte, no deberías llorar —Intenté intervenir y consolar a mi hermana.

Pero Anabel me respondió con enojo y rechazo.

—Tú no te metas en lo que no te importa —gritó—. Esto no tiene nada que ver contigo, no te metas.

Sentí una punzada de dolor por su reacción, pero también rabia.

—No quería pelear, y aunque no me lleve bien contigo me...

—¡No te metas y lárgate de aquí! —gritó ella, interrumpiéndome.

Mi madre también me ordenó irme a mi habitación.

Cerré la puerta de mi habitación con fuerza y comencé a caminar de un lado a otro tratando de escuchar la conversación que se desarrollaba afuera de mi habitación. Anabel confesó que Brian, su exnovio, la había buscado de nuevo, y tenía miedo de que la secuestre. Recordé cuando ella tuvo su primera relación, cuando yo era apenas una niña. En ese entonces, ellos se amaban, pero con el tiempo, Brian reveló su verdadera personalidad: celoso y violento.

Cuando Anabel intentó poner fin a la relación, él la secuestró. Su obsesión era tan grande que deseaba verla muerta para que no estuviera con nadie más. Anabel pasó días en el hospital al borde de la muerte. Entendía su miedo, pero no comprendía su comportamiento actual.

En ese momento, sentí la presencia de mi papá cuando escuché su voz. Mi mamá comenzó a contarle lo sucedido, y él se enfadó ante la situación.

Yo salí de mi habitación para evitar que mi padre se marchara sin mí.

—¡Papá! —exclamé mientras me acercaba a él.

—¿Qué sucede? ¿Por qué quieres hablar conmigo? —me preguntó con curiosidad.

—No hagas mucho ruido —susurré—. Llévame contigo, no se lo digas a mamá, solo déjame acompañarte.

—¿Para qué? Voy a hablar con Brian.

—Hazme ese favor, o si no te perseguiré en un taxi.

—Está bien, sube al auto, pero si tu madre se da cuenta, no te llevaré.

Mi padre se quedó conversando con mi madre para distraerla. Aproveché la oportunidad para dirigirme a la cocina, fingiendo que iba a tomar un vaso de agua, pero en realidad estaba buscando un cuchillo. Una vez que lo guardé en el bolsillo de mi pantalón, salí corriendo sin hacer ruido por la puerta trasera.

No nos llevó mucho tiempo llegar a nuestro destino, ya que Brian no vivía muy lejos. En cuanto mi padre estacionó el auto, me bajé rápidamente y me dirigí corriendo hacia la puerta de su casa. Comencé a llamar y golpear la puerta.

—Abre la maldita puerta o armaré un escándalo —amenacé en voz alta.

—¡Samanta, ¿qué estás haciendo?! —gritó mi padre desde lejos—. Regresa al auto ahora mismo.

Una mujer embarazada abrió la puerta, sorprendida por mi comportamiento.

—¿Qué le pasa? ¿Por qué llama de esa manera? ¿Está loca? —preguntó ella.

—¿Dónde está Brian? —insistí.

—Está en su habitación. No me diga que... ¿usted es la amante?

Mi padre entró en la casa y me sujetó del brazo desprevenido.

—Samanta, ¿qué te pasa? Esta no es la forma, esta mujer está embarazada, sabes que puede perder a su hijo por tu culpa.

—¡No me toques, papá! —le aparté la mano.

—¿Quién eres tú? ¿Por qué me estás amenazando con eso, niña? —respondió Brian, saliendo de su habitación.

—¿Qué carajos haces buscando a mi hermana? —replique.

—¿Qué está diciendo esta niña? —preguntó Brian—. ¿No ves que mi esposa está embarazada? Te voy a denunciar por venir a amenazarme en mi casa. Si le pasa algo a mi esposa...

Lo interrumpí antes de que pudiera terminar.

—Escúchame bien, malnacido. Si intentas acercarte de nuevo a mi hermana, te juro que  te voy a matar —dije con voz intimidante, mientras le sonreía.

—Yo no pretendo hacerle nada a tu hermana, solamente quería disculparme por mis errores del pasado... Tengo una familia y he cambiado.

Reí a carcajadas ante su declaración.

—Eres un hijo de puta. Las lacras como tú no cambian y merecen lo peor. Agradece que no te clavo este cuchillo en los ojos. Señora... cuídese de este demonio porque, así como a mi hermana  casi la mata, usted puede ser su próxima víctima —me di la vuelta para irme, mientras ellos salían al patio.

—No quería ocasionar un escándalo, pero si te acercas de nuevo, te denunciaré. Olvídate de Anabel, déjala en paz —comentó mi padre antes de irse.

—Y no te olvides de lo que dije —grité desde lejos—. ¡Mírame, aquí estoy ! —levanté los brazos para que me viera—. Algún día pagarás por todo lo que has hecho.

Mi padre levantó las cejas y movió la cabeza al escucharme. Sonrió como si estuviera orgulloso de mí antes de subir al auto.

—Definitivamente, nunca podré negar que eres mi hija, somos iguales —me sonrió mientras se acomodaba en el auto.

—No, papá —suspiré—. Yo soy peor que tú —respondí lentamente.

—¿Por qué defendiste a tu hermana? —preguntó mi padre.

—Quien la va a matar soy yo —contesté con seriedad, aunque mi padre sonrió porque sabía que estaba bromeando—. No le cuentes nada a ella ni a mamá, por favor.

—Qué extraña eres —respondió mi padre.

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