Psiquiatra infiltrado

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No le avisé a mi hermanito que iría a visitar a Eduardo, era mejor no decírselo, me hubiese seguido.

Bajé por las escaleras ignorando al ascensor de manera rencorosa. Llegué rápidamente al piso del objetivo y toqué la puerta. A diferencia de mi hermano, Eduardo abrió la puerta inmediatamente.

—Hola —lo saludé sin saber qué mueca hacer

—Hola —respondió de vuelta.

—¿Puedo pasar?

—Sabes, en la televisión muestran muchos casos de personas que terminan muertas por abrirle la puerta a extraños, como verás, vivimos en una ciudad algo peligrosa —dijo con evidente sarcasmo.

—¿Me consideras una extraña?, pero si hace unos días pensaste que una conocida tuya era parte de una red de tráfico —le recriminé.

—Pasa.

—Gracias.

Al ver su hogar quedé literalmente boquiabierta, cómo era posible que una persona que se veía tan pulcra pudiera tener tan mal gusto en diseño y decoración. Cuando pensaba en un psiquiatra me imaginaba a una persona transparente capaz de emanar paz y tranquilidad, pero lo que él emanaba era realmente un nudo de sensaciones difíciles de desenredar.

—El color de la pintura no va muy acorde a tu personalidad —lo juzgué mientras miraba el naranjo y terraceo color.

—No sabía que las personalidades tienen un color —reclamó.

—Gracias, no bebo —agregué mientras lo veía sacar una botella de vino blanco desde su cocina estilo americana—, lo otro, ¿no existe acaso la psicología del color? He leído sobre eso en internet.

—Primero, nunca te invité a beber. Segundo, si existe una psicología del color según algunos especialista e investigadores —volvió a la cocina—, pero tú no sabes de eso.

—¿Entonces?

—Es para mi —sonrió exageradamente—, bueno, como te dije si existe la psicología del color, pero eso no quiero decir que el color de las paredes de mi casa sea "mi" color. Quizás pinté las paredes de ese color solo para que personas como tú me pregunten por qué elegí ese color, no lo sabrás jamás, así que no creas que sabes todo solo con mirar —agregó mientras ponía el vino en un tipo de salsa de tomates con carne.

—Wow, eres un sabelotodo.

—Sí, me veo como alguien mentalmente superior a ti —dijo infantilmente.

—¿Puede un psiquiatra actuar tan poco serio? —reí—. Como yo te veo, solo eres un ser humano intentando parecer diferente para ocultar que eres como cualquier ser ordinario con una vida promedio —dije sin medirme mucho.

—Jajajajajajajajajaja, eres tan seria, solo estaba bromeando, solo quería comprobar algo —dijo aún semi riendo, lo cual retumbaba en mis oídos como unas molestas campanas.

—¿Si estoy loca como tus pacientes? —pregunté mirándolo fijamente.

—No, tu humor —respondió al mismo tiempo que me ofrecía un plato exageradamente enorme de tallarines con salsa.

—Trae para acá —acepté sin dudar, la comida de Javier no era suficiente para saciar mi hambre.

Era un plato diferente a lo acostumbrado, me preguntaba cuántos carbohidratos eran esos, pero después de intentar calcularlos me dio igual, quería saber cómo era para cocinar.

—Maldita sea ¿cuánta sal tiene esto? —le pregunté tratando de normalizar el fuerte sabor en mi boca.

—¿Los tallarines o la salsa?

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