Renuncio

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Terminé de limpiar y poner todo en orden a las una de la madrugada. Procuré que permaneciera en la cama y que comiera de forma adecuada. Me dolía verlo tan vulnerable, sin embargo, no tanto como que me hubiese olvidado. Había buscado en internet algo de información respecto al tema y descubrí que algunas personas olvidan a otras en específico debido a un shock que le generaron. Me preguntaba qué clase de basura era yo en sus memorias para que me quitara de sus recuerdos.

—¿Ya te vas?

—Sí. Pero no te preocupes. Recuerda que en caso de cualquiera situación extraña me puedes llamar. Mañana debo ir a la empresa, pero intentaré salir antes.

—Halley dijiste que era tu nombre, ¿no?

—Sí.

—Gracias por cuidarme en este tiempo. Recuerdo haberte escuchado y sentido mientras dormía tan cómodamente. Debe haber sido difícil para ti tomar mi lugar así como así.

—Está bien. No ha sido tan duro. De todos modos, en el futuro tendrás que pagar mis servicios —reí falsamente una vez más.

—Eres muy bonita.

Maldito descarado, pensé. Estaba descubriendo que era un jugador. Ninguna ilusión termina tan rápido como cuando abres los ojos.

—¿No te da vergüenza ser tan coqueto?, ¿siempre has sido así? —pregunté sin controlarme.

—No me lo creerías, pero no. Cuando te miro por mucho tiempo me duele el corazón.

—El corazón no duele, deben ser tus cartílagos, mejor duerme.

—Quédate —agregó con cara de póker—, me cuesta ponerme en pie.

—Contén la orina hasta mañana en ese caso —sabía que estaba exagerando el muy lascivo—, nos vemos.

Salí de su departamento y estuve en el mío en segundos. Me apoyé en la pared principal y me dejé caer al piso. Poco se hablaba de difícil que es reprimir las emociones cuando se trata de mantener a salvo a la persona que amas.

Me di un baño rápido. No cené. Me ocupé de repasar una vez más los documentos que utilizaría para respaldar mi decisión. De todos modos, gracias al nuevo sistema seria casi imposible que un documento importante traspasara las barreras de la empresa. Y la persona detrás del reprochable acto ya sabía que no se saldría con la suya jamás.

La noche pasó volando. Me levanté más temprano. Decidí ponerme un vestido negro largo ceñido al cuerpo. El negro me agregaba un par de años, anulaba un poco mi indeseable semblante infantil. No estaba segura, pero quería verme más atractiva de lo normal. Quería ser recordada. Tomé mi bolso, la carpeta y un abrigo. Todo lo sostuve en mis brazos y salí de la casa para ingresar al departamento de Javier.

Me lo encontré sentado en la isla de la cocina comiendo leche con cereal de hojuelas.

—¿Revisaste que no estuviese vencida la leche? —le pregunté a modo de saludo.

No me respondió inmediatamente. Me quedó mirando unos segundos con la cuchara llena de comida en las puertas de su boca.

—Si —agregó con un hilo de voz—, pensé que no vendrías hasta la tarde. Me hubiese lavado la cara.

—Eso dije, pero quería corroborar que seguías vivo.

—¿Qué son todos esos papeles? —señaló mi carpeta mientras yo ordenaba un poco la cocina.

—Documentos de la empresa.

—¿Por qué tantos? Solo veo esa cantidad de papeles cuando hay problemas.

DesapropiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora