Visitas semianunciadas

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Ya era mitad de semana. La mitad de la semana de mi segunda semana de trabajo, y la puerta de mi departamento fue tocada por tres golpes, yo ya sabía que era Eduardo, puesto que llegó puntualmente en el día y hora que le dije que podía venir, eso era bueno, era una persona de palabra como yo.

—Hola amiga nueva —hizo un gesto amigable con la mano.

—Qué onda amigo nuevo, cuáles son los vientos que te traen por aquí.

—Ningún viento ni nada, solo quería saber cómo estabas, de seguro fue difícil para ti todo eso de la independencia, ¿te ha ido bien? —inclinó la cabeza hacia el lado.

—Por qué hablas de mi como si fuera una pobre niñita indefensa —agregué mirándolo desafiantemente.

—Es divertidos que pongas palabras en mi boca que nunca dije, pero bueno, estoy totalmente acostumbrado a tratar con personas como tú que reflejan en sus palabras sus propios pensamientos sobre sí mismos.

—¿Qué dijiste?

—Nada, mira, te traje un regalo —me cedió un cuadro abstracto—, pero asegúrate de ponerlo por ahí o me sentiré realmente mal.

—Honestamente, poco me importan los sentimientos de otras personas que no sean yo.

—¿Sí?, ¿de casualidad conseguiste los documentos que te pedí? —se puso cómodo en el sillón.

—Oh, no, lo olvidé por completo, verás, ese no fue un día muy divertido. Fue bueno en sí porque logré un poco de libertad, pero emocionalmente me costó un millón procesar todo, no era el momento para pedirle eso a mi mamá. Además, se encerró en su habitación y no quiso hablarme, incluso quiso manipularme para que no me fuera, ¿puedes creerlo?, tú más que nadie deberías saber que una persona que trabaja en tu área no debería utilizar sus "súper poderes" para conseguir lo que quieren —le entregué un vaso de limonada.

—Sí, es verdad, pero igual es humana Halley, todos tenemos algunos defectos que se nos escapan.

—¿Tú tienes defectos?

—Claro que los tengo, pero ese no es tema, tú eres mi paciente, no yo el tuyo.

—Pero dijimos que suspenderíamos la terapia, dijiste que vendrías como mi amigo.

—Hoy sí, soy tu amigo, pero no olvides que eres mi paciente, no deberías descuidar tu salud mental ya que es más importante de lo que puedes llegar a creer, cientos de personas no acuden por ayuda solo porque tienen miedo del que dirán las demás personas que los rodean y si eso no es el caso no van a tratarse por miedo de conocerse a sí mismos.

—Lo puedo entender, no soy tan corta. Si no quieres contarme tus defectos al menos cuéntame por qué estudiaste eso y por qué al mismo tiempo eres policía, es extraño.

—¿Qué tiene de extraño?

—Tu personalidad media filantrópica no encaja mucho con eso de querer jugar a ser policía.

—Puede que tengas razón, pero yo también tengo mis razones —me miró con atención y dejando el vaso en la pequeña mesa frente al sillón—, está bien, te contaré. Comencé a estudiar psicología en primera instancia para sanarme a mí mismo, sentí que no era suficiente, así que me especialicé en psiquiatría, pero eso tampoco fue suficiente, al igual que tú y muchas personas en este mundo tengo cosas en mi mente que me quitan el sueño; pero, aunque no pude ser capaz de sanarme, me volví lo suficientemente competente para ayudar a aquellas personas que necesitan ayuda y no son capaces de acceder a tratamientos, por eso lo hago.

—¿Y lo de la policía?, ¿por tu papá?

—No, fue mi propia elección, si te soy honesto... llevo años detrás de un caso, mi padre dice que me he vuelto una persona obsesiva con eso, y como especializado en el área lo puedo confirmar, así que como una tregua yo aporto con mis conocimientos y el me da libre albedrio para saber más a cerca de mi pasado.

DesapropiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora