Un hogar adecuado

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A la hora de salir del estacionamiento pude volver a visualizar a Don Jaime, y me despedí con mi falso o real cariño, no lo sabía, pero esperaba descubrirlo con la ayuda de Eduardo.

Nos volvimos a estacionar en alguna parte de la calle, la cual estaba habilitada para poder aparcar, solo que cobraban una tarifa bastante elevada por hora. Nos bajamos y con ayuda del GPS del celular de Roth pudimos identificar el edificio que había mencionado mi jefa, era realmente grande, pero no tanto como en el que habitaba mi hermano.

—¿Estás segura de que podemos verlo hoy?, ¿no se supone que tenemos que contactarnos con alguien para que nos enseñe los departamentos disponibles?

—Creo que tienes razón, pero de todos modos no tengo un número con el cual comunicarme, le preguntaré a quien quiera que sea el o la conserje, ellos siempre tienen más información.

—Bueno, pero eso si te digo, este lugar se ve bien caro, tienes que ver si puedes pagarlo con tu sueldo, y a todo esto ¿cuánto te van a pagar?

—Lo suficiente para sobrevivir, la jefa dijo que no era tan elevada la renta, no es una persona mentirosa, vamos a corroborar.

—Te sigo.

El edificio se veía elegante por fuera, pero en su interior no tenía nada de especial, las paredes eran sólidas al clásico estilo de ladrillos y cemento, eso sí, no podía quitarle el crédito de que las plantas de interiores en la pequeña recepción daban un toque hogareño y cálido. En una de las cementosas y robustas paredes había un cartel metálico en el cual se describían todos los departamentos que habían por piso; en casa piso habían cuatro departamentos según lo que señalaba el letrero, y había un total de seis pisos contando la recepción.

—Hola señorita —dijo un anciano que apareció de la nada misma.

—Hola, ando en busca de un departamento, no sé con quién tengo que hablar...

—Conmigo, ¿quiere ver los que hay disponibles?

—Eso estaría muy bien —respondí mirando a Roth para presumirle que tenía razón.

—En este momento los primeros dos pisos y el último están completos, pero hay algunos disponibles entre esos niveles, ¿tiene alguna preferencia?

—No elijas uno tan arriba —dijo Roth—; vivimos en un país sísmico, si hay un terremoto tendrás más dificultades para escapar.

—Si fuera por los riesgos nadie haría nada en la vida, de hecho, las sogas de este ascensor podrían cortarse y moriríamos por el impacto, de todas formas, todos vamos a morir algún día, y esa es mayor razón para hacer lo que quieres —le dejé saber mientras subíamos en el elevador, pues el conserje nos estaba guiando.

—Tiene mucha razón sobre eso señorita, se lo puedo decir yo, que tuve que pasar los 60 años para recién comenzar a valorar mi vida. Me di cuenta de que trabajé cada día de mi vida, y no viví las aventuras que había deseado, ahora estoy viejo, y que decir de la energía, ya no es la misma de antes, así que vivan.

—Si señor, en eso pensamos igual. Por cierto, ya que el sexto piso está completo entonces vamos al quinto, quiero conocer cómo es la vista.

—Vamos llegando.

Nos bajamos y frente a nosotros se podían ver puertas enumeradas del 17 al 20. Estaban distribuidas en par, y se notaba que lo que había detrás de aquellas puertas era grande.

—¿Cuál está disponible?

—Están disponibles la 19 y la 20, ¿cuál quiere ver?

—¿Cuál tiene mejor vista?

—La derecha, ya que cuando oscurece se pueden ver las luces de los demás edificios, las carreteras también se iluminan por las luces de los autos.

—Entonces esa, la número 19.

El hombre abrió la puerta con una de las llaves del racimo que llevaba consigo, y la introdujo en la cerradura. Estaba acostumbrada a ver puertas de acceso con códigos, así que la situación me pareció algo arcaica.

—Vean si les gusta, a mí me parece un buen lugar porque ya saben los difícil que es buscar un lugar tranquilo en esta ciudad. Además, está amoblada con lo básico, y se pueden hacer remodelaciones de pintura.

No era un entorno al que estuviese acostumbrada, me parecía abrasiva, algo descuidada, y era evidente que los muebles que ahí se encontraban no eran precisamente todos nuevos, por ejemplo, la cocina tenía rastros de desgaste en la manilla del horno, y la mesa descubierta tenía una marca circular por haber sido quemada con alguna taza o plato con anterioridad.

—Me quedaré aquí, ¿cuánto es el precio?

—¿Estás loca?, puedes conseguir un lugar mejor, esta es solo la primera opción que ves.

—Queda cerca del trabajo, lejos de mis padres, no debe ser un lugar tan caro puesto que hay muchos indicios de desgaste en algunos muebles.

—Halley después te vas a arrepentir.

—Si fuese así, solo debo cambiarme de departamento, pero creo que puedo darle una oportunidad a este lugar, no nos preocupemos por eso, entonces, ¿qué precio tiene el arriendo mensual? —me dirigí a él.

—Son trecientos cincuenta mil pesos mensuales, pero debe pegar un mes de garantía antes de mudarse.

—Es un buen precio para este lugar, acepto el trato, ¿dónde firmamos?

—Puede mudarse mañana por la tarde porque primero debe venir una persona a hacer el aseo y yo debo hablar con la corredora para que elabore el contrato.

—Bien, mañana a las cinco de la tarde estaré aquí.

—¿Estás segura de que no es una decisión precipitada?, podrías quedarte en mi casa mientras buscas un lugar...

—Queda a media hora de acá, y a cincuenta minutos en hora pico Roth, este es un buen lugar para mí, confía.

Salimos del departamento y bajamos al primer piso en el ascensor mientras el anciano seguía hablando de lo mucho que se arrepentía de no haber vivido como quería, lo que me parecía interesante, me hacía preguntas a mí misma sobre qué fue lo que se lo impidió, ¿una enfermedad?, ¿hijos indeseados?, ¿el dinero?, era probable que fuese el dinero, una persona tan anciana debía estar en su hogar descansando de la vida. El único motivo que me parecía acertado para verlo en ese lugar de recepcionista era que sus ahorros no le permitían vivir. Quise preguntarle, pero no me pareció una actitud natural mía preocuparme por los demás, después de todo no tenía ninguna conexión conmigo así que guardé silencio hasta la hora de despedirnos.

—Entonces nos vemos mañana.

—Ningún problema, casi lo olvido, debe darme sus datos para que redacten el contrato.

—Está bien, ¿tiene dónde escribir?

—Sí, indíquemelos.

El señor tomó un lápiz a tinta de su pequeña oficina de recepción, y comenzó a escribir en un cuaderno cuadriculado que estaba encima del mesón. Primero escribió la fecha del día y posteriormente el número del departamento, seguido de eso anotó los datos que yo le dicté despacio para asegurarme de que estaban bien escritos y no fuese un problema a la hora de firmar y pagar. 

DesapropiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora