La verdadera asesina

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Estábamos en el hospital y la policía comenzó a llenar el lugar. Por la puerta grande apareció Eduardo con cuatro personas más.

—¿Qué pasó?

—Yo también quisiera saber eso, estoy esperando al doctor, ahí viene —dije señalándolo y observando su rostro.

—¿Usted es la señorita Halley González? —preguntó el doctor con un semblante serio.

—Sí, ¿cómo está mi mamá? —apreté los puños esperando una respuesta.

—Lamento informar que ha fallecido, sufrió un envenenamiento.

En ese momento todo mi mundo se fue a negro. Necesitaba hablar con Eduardo y Javier ponerlos al tanto de toda la situación, pero no tenía idea de dónde estaba Javier.

—No puede ser, murió de la misma forma que tu padre —intervino Eduardo perplejo—, tu padre chocó el vehículo porque había sido envenenado —se frotó los ojos—; ¿te dijo algo antes de desmayarse?

—Sí, insistió en que ella no fue la persona que mató a papá, y dijo que tuviese cuidado con las personas que nos hicieron esto a mí y a ti, y unas cuentas cosas de la familia.

—¿De qué forma pudieron ser envenenados?, ¿qué comían frecuentemente?

—Solo comida de la casa, comida cocinada por...

—¿Por quién?

—Eduardo, no puede ser.

—¿Qué pasa?

—Fernanda, ella es, Fernanda, la empleada de nuestra casa, por eso mamá le dio trabajo.

—¿Estás segura?

—Sí, además mamá, dijo que encontraríamos pruebas en el ático, Javier, necesito hablar con Javier, también tiene que estar ahí, hay algo de él.

—Lo llamaré —dijo sacando su celular y marcando.

—Javier —dijo fuerte sosteniendo el celular en su oído—, hola, soy Eduardo, las cosas han dado un giro un poco duro... tu madre ha muerto —hizo una pausa—, no, por favor escúchame —le intentaba decir pero era interrumpido—, tu madre murió de la misma forma que tu padre, tenemos sospechas de que la empleada de la casa tiene relación con esto, e incluso puede ser la mujer que nos secuestró a Halley y a mí, ahora iremos hacia allá con patrullas, por favor no te adelantes, te aviso cuando estemos fuera, dice Halley que su madre dejó evidencia ahí de los secuestradores y algo para ti, bien, nos vemos.

—¿Irá? —quise saber.

—Sí —dijo restregándose los ojos una vez más.

Era lógico. Ya había estaba a punto de amanecer y mi hermano no había dormido en lo absoluto. Además, había lidiado con muchas emociones fuertes. Eduardo llamó a unos cuantos policías y nos pidió que nos siguieran en otra patrulla, mientras yo le avisaba a Mayk que dejaría su vehículo estacionado en el hospital.

Llegamos a la casa y estaban todas las luces apagadas. Quería entrar y saber si realmente Fernanda tenía algo que ver con el asesinato de mis padres. Tal vez al final de la historia la única psicópata era ella.

Primero entraron a la casa dos policías armados, y detrás nosotros. Poco a poco fuimos prendiendo las luces a la espera de encontrar a la mujer. Cuando finalmente llegamos a la habitación de ella no había absolutamente nadie, salvo un charco de sangre. Tuve una corazonada que me revolvió el estómago. No quería creer que podía ser verdad.

—¿Javier? —grite asustada.

No me respondió y me brindó esperanzas. Pero solo por un momento.

Ahí estaba Javier tendido en el piso como si su vida se hubiese ido a otra dimensión, tenía una herida cerca de su frente. Por primera vez en la vida experimenté el infierno en vida, deseé que estuviese vivo con todas mis fuerzas, no podía acercarme a él porque mis piernas no me lo permitían. Esa era la única razón, si descubría que estaba frío y muerto, me iba a morir yo también, y como si el cielo hubiese escuchado mi dolor por un segundo un policía gritó que llamaran la ambulancia porque seguía vivo.

—Eduardo, no dejes que él también se muera, es mi Javier, no puedo dejar que nada le pase, pueden matarme a mí, pero no puede morir él, por favor, Eduardo, has algo —seguí gritando mientras Eduardo me miraba lleno de lástima una vez más.

—Espero que esté bien, pero debemos irnos de aquí, seguiré la investigación desde la oficina central, tú quédate en el hospital con tu hermano y los policías, estarás segura ahí —agregó alumbrando la escena con una linterna de alta potencia.

—Está bien, haré eso, por favor mantente a salvo también, esa mujer está completamente loca —le dije mientras tomaba la mano de mi hermano en el piso.

Llegó la ambulancia en su búsqueda y yo me subí en ella también mientras observaba como los paramédicos lo llenaban de agujas y mangueras. Tenía miedo, más miedo que nunca. Sintiéndome como si la vida se fuese a acabar de la forma más dolorosa.

Solo rezaba y le pedía a Dios que no se llevara su vida también, insistí en que podía tomar la mía si era necesario, cabe destacar que era atea, pero por él, solo por unos segundos, decidí creer.

Otra vez estaba en el hospital, en la misma sala de hace una hora detallando el suceso al mismo doctor que me había comunicado la muerte de mi madre.

—Por favor, a él sálvelo como sea, se lo ruego con mi vida, haga todo lo que pueda —le grité antes de verlo desaparecer en el pasillo junto al lacio cuerpo de Javier.

Se sentía en el aire el aroma de la tragedia. Yo estaba llena de angustia y deseos de venganza, prometí a Eduardo que me quedaría quieta cuidando a mi hermano, pero no estaba dispuesta a ver morir a otra persona. Antes de venirme de la casa familiar junto a Javier en la ambulancia tomé una nota que dejó mamá debajo del tocadiscos tal como lo había dicho, así que la puse en el velador de la cama del hospital a un lado de él.

Hablé con el doctor esperando que me contara de su situación, pero dijo que había entrado en un coma, y que no se sabía cuándo despertaría, algunas personas pueden despertar en un día, y otros en un año, mientras que otros nunca lo hacían.

¿Conocen ustedes el amor?, yo no, o al menos eso pensaba, en ese momento supe que era. No importaba el tiempo que demorara en volver a sí mismo, lo esperaría lo que fuese suficiente, un día, un año, o una vida.

Sin más que hacer llamé a Eduardo esperando noticias sobre lo que habían encontrado en el ático de la casa.

—Hermano, ¿tienes algo?

—Sí, tenemos toda la evidencia de que la mujer fue quien te vendió a tu madre adoptiva. No solo eso, sino que también tiene relación con tu secuestro en la disco. Taína es hija de esta mujer.

—Eduardo, eso es completamente imposible.

—¿Qué te hace creer eso?

—El día que decidí ir a la disco no se lo conté a nadie. Solo salí de casa a un lugar aleatorio para olvidar mi pesar.

—Ingenua —me recriminó—, ¿que no sabes que los victimarios tienen un conocimiento pleno sobre sus víctimas? Esa mujer te vio crecer, debe saber hasta como piensas.

—Esto cada vez me vuelva más loca, tenemos que ser más inteligente que ese par.

—Sí —suspiró— pero tú no te preocupes por estas cosas, solo quédate al lado de Javier, y reza, puede ayudar o no.

—Gracias Eduardo, aquí estaré. 

DesapropiadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora