Los desapropiados part. 2

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—No, tú eres Eduardo.

—Escúchame, por favor.

—Bien.

—Hace dieciséis años, cuando yo tenía seis años, mi hermana y yo salimos a recoger moras para jugar... —comenzó a llorar con más fuerza—, ella era mi hermana pequeña, la luz de mis ojos, en ese tiempo no vivíamos acá en la ciudad, vivíamos en un pueblo de la otra región, éramos extremadamente pobres, así que lo único que podíamos hacer para divertirnos era ir a buscar entre la naturaleza algo para divertirnos. Ese día mientras íbamos por las moras para machacar y pintar mi hermana se torció el tobillo. Yo intenté cargarla hasta una pequeña carretera para pedir ayuda y que alguien nos llevara a emergencias o le avisara a nuestra madre para que no se asustara. Yo sabía que ella estaría triste, nos cuidaba mucho. Y veras... —dijo mientras hacía una pausa.

—¿Qué pasó después? —le pregunté ansiosa para conocer el desenlace de la historia.

—Pasó lo que yo esperaba que pasara. Una camioneta grande y blanca paró a un costado de la carretera cuando nos vio tirados en el piso. Dentro habían dos personas, una mujer grande y delgada, y un hombre alto y moreno. Daban la impresión de que eran familiares. La mujer me preguntó que qué estaba pasando, y yo recuerdo haberle explicado la situación y como mi hermana se había caído, le pedí que nos llevara a la casa de mamá. Ella insistió en que la lesión no era algo bueno y que primero teníamos que ir al hospital —comenzó a llorar—, yo con mi inocencia solo cedí, estaba muy nervioso, mi hermana lo era todo para mí, y además ella no paraba de llorar, por lo que puse más nervioso.

De camino al hospital no me di cuenta en qué momento me quedé dormido sosteniendo a mi hermana en mis brazos. Cuando llegamos al lugar me di cuenta de que no era el hospital nuestro pueblo, era más bien una gran clínica que nunca había visto en mi vida. Me sentí lejos de casa e inmediatamente me puse a llorar.

Fui a preguntarle a la mujer que qué había pasado, pero ella no me daba ninguna respuesta, solo me sonreía y me acariciaba la cabeza como si fuese una mascota de compañía.

Después de mucho silencio fuera de la sala de atención, junto a la pareja pude ver a mi hermana. Ella ya no estaba llorando y estaba feliz con un dulce en la boca. Incluso le había pedido uno a la enfermera para mí. Luego de encontrarme con ella y observar su vendaje, me reuní con un hombre que nos había traído junto a la enfermera, quien nos dijo que mi hermana debía quedarse unos días en el hospital para recuperarse. Pero aún preocupado por nuestra madre volví a insistir en que la llamara, y ella dijo que le habían avisado, pero que mamá estaba ocupada así que le había pedido a la mujer que se quedara a cargo de nosotros temporalmente. Pasamos una semana en ese lugar y a mí me dieron mi propia habitación. Me trataron como a un paciente más, tenía hasta mi propia bata blanca, como mencioné antes nosotros éramos pobres, mamá no tenía suficiente dinero como para mandarnos a la escuela. Aun así ella era una persona muy lista, así que me había estado enseñando a leer, entonces un día cuando me pude escapar de mi habitación para ir a la de mi hermana y saber cómo estaba, me detuve ante un imponente cartel, donde las letras eran tan grandes que puse toda mi atención para poder entender. De a poco comencé a juntar sílabas, mi impresión fue grande cuando leí "Clínica psiquiátrica". Yo sabía lo era eso, era pequeño, pero había oído con anterioridad esas palabras antes de la muerte de nuestro padre. Nuestro papá había muerto de una pulmonía unos meses antes de que ocurriera ese incidente. Mi impresión fue muy grande, pensaba que las personas heridas debían tratarse en un hospital común. Al hospital psiquiátricos debían ir los locos, me seguía diciendo a mí mismo. Todo me hacía sentir inseguro, pero de igual forma no desconfié tanto, porque creí en las palabras de aquella mujer, y, sobre todo, en el criterio de mi madre. Pero Halley —me miró a los ojos—, nunca esperé que pasara lo que pasó, hasta el día de hoy estuve buscando a mi hermana arduamente, la busqué en todos los lugares que pude —las lágrimas le inundaban la boca.

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