Después de convencer a Renné de que no debía seguirme por nada del mundo, lo que por cierto fue de mucha dificultad, procuré acercarme a la desdeñada cada con delicadeza. No quería hacer más ruido que el necesario. Me maldije un poco por no haberle robado el arma a Eduardo antes de haber salido. Mis únicas defensas en ese entonces eran mis manos y mis habilidades de pelea. Verdaderamente era cinta negra en taekwondo, aunque si Fernanda y su hija estaban armadas no sería de mucha ayuda. Ya estaba ahí, no podía dar ni un paso atrás.
Cuando estuve lo suficientemente cerca noté que la puerta estaba semi abierta. La empujé lentamente con mis manos y me introduje a través de ella. No podía ver con claridad porque la sala era oscura, pero de pronto enfoqué más la vista hacia un extremo hacia el cual no había mirado. Las visualicé. Las vi sentadas en un sillón como si nada pasara. Hicimos contacto visual. Perdí la conciencia después de que un golpe inesperado me aturdiera la cabeza.
Cuando volví a abrir los ojos me encontré en una habitación completamente vacía. Más no era el mismo sitio. La casa que había resuelto visitar era completamente de madera. Totalmente campesina. En cambio, me encontraba en un espacio diferente, las paredes eran sólidas y había una gran ventana descubierta que me dejaba ver el crepúsculo del sol. Intenté buscar a Renné con la mirada. Tuve temor de que también lo hubiesen capturado, sin embargo, no estaba. Me alegré.
Quise pararme del piso, pero no pude. Tenía las manos atadas así que no tenía ningún soporte para ponerme en pie. Había mirado el frío piso de cemento y observe algo de sangre. Era de mi cabeza. La persona que me golpeó no lo hizo al azar. Estuvo todo perfectamente planeado.
—¿Hay alguien por ahí? Den la cama malditos hijos de su perra madre —grité—. No me digan que son tan cobardes como para no darme la cara. Malditos asesinos —insistí—, me la vas a pagar Fernanda, realmente me las vas a pagar, si no es aquí, será en el infierno.
—Ya cállate mocosa mal criada —me dijo Tahína apareciendo de detrás de una puerta.
—Suéltame —le exigí.
—No quiero.
—Entonces no me callaré.
—Como quieras, de todas formas, estamos en el último piso de un edificio, ¿Qué no lo ves? —señaló hacia la amplia ventana—, bueno, quizás si te escuchen cuando te tire por ahí. Creerán que te mataste.
—¿Realmente crees que creerán eso cuando mataron a toda mi familia?
—Esa gente no era tu familia —agregó Fernanda apareciendo también desde la misma puerta—, te hice un favor, no sé cuál de todos esos idiotas tenía más problemas.
—¿Un favor? ¡mataste a mi mamá biológica!, ¿cómo pudiste? Aun si necesitabas dinero traficar niños es una atrocidad.
—Yo no maté a tu madre.
—Pero yo sí —detrás de ella apareció el hombre.
—¡Usted! —grité comenzando a tiritar de un momento a otro.
—Yo. Hola, Andrea.
El temor y el asco me tenían paralizada. No podía articular las palabras que deseaba que salieran de mi boca. Cómo no me di cuenta antes. Crecí con una psiquiatra, debía ser capaz de identificar a un psicópata. ¿O no? No, claro que no. La televisión tenía una tendencia absurda de personificar las enfermedades mentales de una manera muy específica, al punto de que algunas personas deseaban coincidir en la vida con ese tipo de personas. Pero yo, que había visto desde pequeña la verdad de lo que acarreaban las enfermedades mentales solo podía sentir miedo.
—¿Cómo es que Eduardo no lo reconoció? —le pregunté.
—Todo niño es fácil de manipular. Ninguno es diferente.
ESTÁS LEYENDO
Desapropiados
RomanceHalley es una joven de veintidós años perteneciente a una de las familias más acomodadas de Derfel. Creció con lujos y con una vida perfectamente planificada, pero todo se derrumba cuando descubre que no tiene ningún vínculo sanguíneo con su supuest...