PREFACIO

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Waterford, Irlanda.

Junio de 2021.

Alessia.

Dejar Irlanda no es una decisión que tomé a la ligera, mi bolsa con algunas pertenencias escondidas bajo mi cama, lleva días allí, recriminándome por no atreverme a huir de casa.

Casa.

Este no es mi hogar.

Dejó de serlo cuando mi madre murió hace un par de años, e incluso entonces, no se sentía seguro como debe sentirse un hogar.

Mis manos tiemblan a medida que enjabono mi cuerpo, reprimiendo los sollozos que se pierden en el eco del baño mientras me ducho. Me quejo al frotar de más algunos de los moretones más recientes que bordean el costado de mis costillas, pero sigo aseándome como si no doliera.

El dolor de mi corazón es mucho peor.

Papá estaba furioso ayer porque mi hermano no llegó a tiempo para la cena con la información sobre sus negocios en Galway. Cometí un error, solo uno.

Hablar.

Solo quise calmarlo diciéndole que seguro Matteo se retrasó cumpliendo sus órdenes y me calló de una bofetada seguida de varios golpes que me tuvieron inconsciente en cuestión de minutos. Desperté desorientada en el sofá de la sala horas después, con una de las empleadas curándome el rostro y algunas heridas superficiales.

El doctor no vino esta vez. Papá no lo consideró necesario porque no tardé en despertar como en otras ocasiones. Para cuando él llegó de follarse a algunas mujeres en su casa del centro, yo ya estaba en mi habitación, fingiendo dormir.

No pegué el ojo en toda la noche creyendo que entraría como en otras ocasiones.

Pensé en correr, pero mi hermano seguía fuera. Y cuando lo vi esta mañana, peleando con algunos hombres de confianza, tomé mi decisión. Yo solo quería despedirme. Y es eso lo que espero hacer al salir del baño en un conjunto de seda como los que siempre uso para dormir.

—Te traje esto.

Miro la mano extendida de Matteo, aún tiene el cabello castaño empapado por la ducha y su torso desnudo deja ver un par de tatuajes que luego de años comprendí el motivo tras ellos. Mi hermano con su sonrisa ladeada me brinda una cálida mirada también, de esas que parecen expresar lastima y compasión al mismo tiempo.

—Pensé que querrías algo de azúcar.

Acepto el chocolate, quejándome un poco al mover el brazo para desenvolverlo. La boca se me hace agua con el crujido del papel, pero lo desecho pacientemente sin pensar mucho en los ojos azules de mi hermano sobre mí. Ojos tan similares a los míos que cuando me mira, creo que está viendo a través de mí.

A mi lado, el colchón se hunde. Matteo se sienta junto a mí, tirando de mi cuerpo con suavidad para que mi cabeza repose en su pecho. Sé que la puerta está cerrada con pestillo, él jamás me abrazaría de estar papá cerca de nosotros.

—¿Qué has pensado del internado de cocina? —reitera el tema de siempre. Mi respuesta es un prolongado silencio que lo tiene suspirando—. Alessia.

—¿De qué serviría? —inquiero sin vacilar. Me quedo embobada, observando el dosel que cubre mi cama y me llevo el chocolate a la boca, masticándolo poco a poco—. Al volver, me acabaría a golpes.

—Lo odio por lo que te hace.

—Pero no puedes meterte —le recuerdo—. No es así como funciona.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora