CAPITULO 57

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Alessia.

He perdido la noción del tiempo.

No sé que día es hoy, tampoco cuanto tiempo llevo encerrada en esta habitación en la que me despierto solo para volver a dormir tras tratar de comer un poco.

Acurrucarme en la cama se siente irreal, como si fuese un espejismo de la calma que tuve en el pasado y a la que me aferro con tal de sobrevivir un poco.

Me parece tan fantasioso que esté aquí, que Salvatore haya ido por mí, que a veces me pregunto si es un sueño o producto de mi imaginación que quiere bloquear el dolor, un dolor que solo se disipa con el paso de los días en los que no me despierto del sueño para entrar de nuevo en la pesadilla que viví en manos de mi padre.

Julia dice que llevo poco más de dos semanas en la mansión, que la enfermera dice que los moretones comienzan a desvanecerse aún cuando mi cuerpo siente que falta mucho para recuperarse del todo. Ya no es un dolor insoportable de esos que me azotaba en los primeros días y pedía a gritos que me sedaran para no sentir, ahora es más soportable, menos angustiante.

El vendaje alrededor de mis costillas pica, pero no consigo quitármelo sin tener a Julia o a la señora Ricci aquí, reprendiéndome por tratar de ir contra las indicaciones del médico, uno que solo vino un par de veces antes de solo desaparecer tras darle una guía a ambas mujeres que se desfilan fuera de la habitación al ver al hombre en el umbral de la puerta.

Alessandro vino por la mañana, ¿o fue ayer?. No lo recuerdo bien, pero me alivió verlo aunque fuese por un segundo que estuve despierta. El cansancio es más grande que mi lucidez y no he conseguido mantener una conversación de más de cinco oraciones con alguien.

Sin embargo, a pesar de la pesadez que abruma mi cuerpo y me impide levantarme, le sonrío a Demetrio que entra con una caja de chocolates a medio abrir.

—Eran para ti, pero me dio hambre en el camino —se mofa, tendiéndome la caja a la que le quedan tan solo tres chocolates en su interior.

—Gracias —susurro, notando que se sienta a mis pies en la cama.

Todos han venido ahora.

Incluso Sandro.

Todos menos él.

Salvatore no se ha aparecido por aquí y algo me dice que sé en qué punto estamos, que me haya ayudado no quiere decir nada, que me haya sacado de las garras de mi padre parece ser que tampoco.

Y una parte de mí esperaba que viniera, que se acercara y me dijera lo que piensa, aún cuando yo no tengo idea de qué pensar.

—¿Cómo te sientes, piernas? —Demetrio llama mi atención al extender su brazo para tomar otro chocolate de la caja, riendo al momento en que le palmeo la mano para que no siga comiendo de mi regalo—. Al parecer estás recuperando fuerzas, ¿qué te dije sobre volver a pegarme cuando nos conocimos?

—¿Quieres una bofetada otra vez?

Voltea el rostro, palmeándolo para molestarme, como si me estuviera invitando a pegarle.

—A ver, quiero verte intentarlo.

Me río esta vez, haciendo una mueca cuando el dolor se apodera de mis costillas al trata de hacerlo. Tuerzo la boca, mordisqueando un chocolate relleno de arequipe que queda en la caja.

—¿Cómo te sientes luego de lo que pasó con Francesco?

Su pregunta es inesperada para mí, pero luce genuinamente interesado, no parece en absoluto el hombre que hace de todo una broma, sino uno que está preocupado por mi respuesta.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora