CAPITULO 37

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Salvatore.

Estar lleno de rabia es una constante en mi vida. La sed de sangre cae sobre mis hombros cada vez que me levanto con malas noticias tocando a mi puerta. Eso es lo habitual teniendo en cuenta quien soy.

—¿Con quién demonios hicieron negocios para joderme? —cuestiono empuñando el mango del cuchillo que estoy por enterrarle en el ojo al bastardo que no hace más que sonreírme desde su lugar en la silla.

Alessandro lo ató antes de que llegara, mientras que Demetrio, el imbécil que es igual de testarudo que yo, desata su rabia sobre el otro de los bastardos que capturamos aún con una herida de bala en la pierna. No se morirá por eso, o por lo menos no hasta que obtengamos respuestas.

—¿De verdad crees que te lo diré? —zanja burlón la mano derecha del idiota de Lorenzo al cual disfruté matando—. Cuando el jefe se entere que mataste a su hijo, te cazará, Salvatore Caruso. No quedará nada de ti. No cuando tienes tantos enemigos aliándose para joderte.

Sus palabras no me sorprenden, lejos de ello, me inquietan, provocando una explosión de furia en mi sistema ante la falta de respuestas a mi favor. Llevo una larga hora aquí en la cual mis golpes no han sido el consuelo de este imbécil, sino el calvario. Un calvario al que se niega a sucumbir negándose a deshacerse de esas malditas sonrisas arrogantes que lo caracterizan. Es igual a cómo era Lorenzo, y por eso más ganas tengo de matarlo.

Mi puño parece tener vida propia desde que entré al lugar donde solo pocos quedan. Algunos de los hombres de Lorenzo escaparon, especialmente uno de los bastardos que estuvo en esa reunión: David Reid. Es socio de la familia de Lorenzo, un bastardo soplón que tenía a su gente custodiando las entradas a la espera de una orden que aún no sé como fue dada.

Escucho la nariz de Bruce quebrarse con cada salpicadura de su sangre que empaña mis nudillos al golpearlo. Alessandro se mantiene a un lado, con las manos tan sucias como las mías, pero con una calma que no le envidio, pero que agradezco. No lo quiero metiéndose en esto, no cuando disfruto tanto de verlos quebrarse aún cuando fingen no hacerlo.

—¿Con quién están? ¿Los Lombardi? —indago queriendo no sonar tan ansiosamente furioso y fallando en el intento. Estoy a punto de explotar mientras sostengo con firmeza el cuchillo con la mano izquierda—. ¡¿Con quién demonios me traicionaron?! —exploto.

Alessandro da un paso al frente, notoriamente interesado en mis pocas ganas de contenerme. Sabe que estoy perdiendo el poco control que me queda, y cuando eso sucede, no me importan las respuestas, solo mato y me deshago de la basura sin pensar en nada más que desecharla.

—¿Quién crees que planeó ese ataque a tu territorio, Salvatore? —suelta de la nada sin eliminar la sonrisa desdeñosa del rostro. Se sostiene a los brazos de la silla, tambaleándose a pesar de estar atado—. ¿Crees que los Conti actúan solos? ¿De verdad crees que todas las familias solo pensaron en atacarte sin un incentivo?

Cierro con fuerza los dedos alrededor del cuchillo. Alessandro avanza.

—Hay algo más grande a punto de explotarte en la cara, Salvatore. Y no vas a poder detener la bola de cañón que está a nada de quebrarte en mil pedazos —se burla.

—Salvatore, no dirá más —añade Alessandro atrayendo la atención de Bruce—. ¿Por qué demonios quieres que tengamos esa información?

—Tu más que otros deberías saberlo, Alessandro. Por los mismos motivos por los cuales tú torturaste a los nuestros antes de que tu hermanito menor los matara —sisea Bruce con los dientes apretados—. Meterme en la cabeza del don de la Camorra es una satisfacción que no puedo dejar pasar.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora