CAPITULO 58

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Alessia.

Hace varios días pude levantarme sola de la cama.

Julia insiste en que la llame cuando necesite hacerlo, pero ya pasó un mes desde que papá me golpeó, mi cuerpo se ha recuperado lo suficiente como para manejarme por mi cuenta sin tener que tomar un aliento para seguir.

Fue un alivio poder salir de la cama por mi cuenta, mi espalda me lo pedía a gritos y mis ganas de no molestar a Julia o a la señora Ricci me animaron a armarme de fuerzas para comenzar a ser más independiente por mucho que ellas insistían en que no.

Sin embargo, me he tomado más libertades de las que ellas conocen luego de que le pedí a Alessandro que desactivara la cámara de esta habitación. Me dijo que lo había hecho y me aseguró de que Salvatore accedió.

No pensé que mis ganas de hacer todo por mi cuenta acabaran conmigo bajando las escaleras, mucho menos escabulléndome a algunas partes de la casa por las noches donde me acoplaba a la oscuridad y veía en silencio como el hombre que se niega a verme, llega magullado todas las noches, golpeado y con las manos y el cuerpo lleno de sangre que asumo que no es suya.

Lo he visto estos días, sin involucrarme, percatándome de la forma en que se sienta en su oficina y se pasa algodones por la cara sin inmutarse por el alcohol que le unta, como si no le importara en absoluto el ardor.

Me siento como una intrusa al espiar, pero más aún, siento la necesidad de dar un paso al frente, de acercarme a él porque lo extraño.

Y no quiero seguir así.

No cuando prefiero irme antes que seguir viviendo en una casa cuyo dueño no puede ni mirarme a los ojos.

Matteo se fue, se despidió luego de su visita y dijo que se iría a Irlanda a solucionar los problemas que dejó nuestro padre con su muerte. Casi me horroricé cuando vi que le faltaba uno de sus dedos, pero me pidió que no hiciera preguntas alegando que no puedes salir de una guerra sin algunas cicatrices y es algo a lo que tuvo que acceder para llegar a Francesco.

Le cumplí el deseo y callé.

Pero ya no quiero seguir guardando silencio, ya no quiero seguirme escabullendo por las noches con la esperanza de encontrarme al hombre que se pone de pie, alarmado, al ver que entro a su oficina con pasos lentos, pero decididos, quedándome a la mitad del camino cuando lo veo rodear el escritorio, preocupado.

—¿Qué haces aquí, Alessia? Deberías estar en la cama —advierte con un peligroso tono alto—. ¿Te sientes bien?

—Por lo visto estoy mejor que tú —susurro, queriendo sonar divertida cuando en el fondo, dejo que el nerviosismo me gane y junto las manos para evitar que note como no dejo de moverlas—. ¿Estás bien?

—No has tenido tu último chequeo —me ignora, detallando con preocupación mi cuerpo como si fuese a encontrar rastro de heridas que le dieran explicación a mi salida de la habitación—. El médico aún no ha dado tu alta para...

—¿Necesitas que te ayude? —lo corto, incómoda bajo su escrutinio porque no quiero que me siga mirando como si me fuese a romper. Apunto el algodón que mantiene en su mano con duda—. Aunque no parecen profundas.

Camino hacia él, notando como se tensa cuando le arrebato el algodón, rozando nuestras manos en el proceso.

Háblame, Salvatore.

Lo necesito.

—Alessia...

A regañadientes, se sienta en el borde del escritorio, abriendo las piernas para dejar que me encaje en medio de ellas de tal forma que mi bata le rodea los muslos. Él no se mueve, mantiene los ojos en mi cuello mientras paseo el algodón con algo de duda por su rostro, limpiándole la sangre seca de la piel.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora