Alessia.
Es temprano.
Tal vez no mucho, pero lo es.
El sol no ha salido, pero la claridad comienza a asomarse, avisándome que casi amanece.
Miro la puerta, sigo con el miedo entre las manos y el corazón en la garganta debido a la incertidumbre que dejó el tal Ice anoche con su presencia y amenazas.
Me aterra. Él causó estragos en mi cuerpo que se rindió al temor solo con verlo. Me recuerda a los hombres de mi padre, con miradas tan crueles como las acciones que llevan a cabo con sus manos. Eso son. Personas crueles y sin sentimientos, despiadadas, inhumanas.
Reparo la habitación con la mirada. No quiero tocar nada, y es por ello que tomo la ropa cuya tela aún permanece algo húmeda y me la coloco tras una ducha rápida donde no dejo de mirar la puerta temiendo que alguien entre.
Sé que no dormiré más, y lo sé porque a eso estoy acostumbrada, a no esperar a que el sol salga, a huir antes de que me encuentren. No quiero huir más, pero tal vez es la mejor opción que tengo aquí si quiero despertar para ver otro amanecer, aunque sea en medio de mis pies alejándose de aquello que pueda hacerme daño.
Enredo mis dedos en mi despeinado cabello, tratando de peinarme para lucir un poco presentable. Las ondas que se han hecho producto de los nudos ante la falta de cepillo dejan en el olvido mi cabello medianamente lacio, haciéndome parecer un poco como un león.
El reflejo en el espejo me recrimina, me recuerda lo que soy. Ya estoy limpia, pero sigo siendo la misma chica pérdida de anoche. Un par de restregadas de jabón no cambiarán eso. Sigo siendo la basura de mi familia, la oveja negra que es cazada por su sangre para ser dada en sacrificio.
No hay nadie a la vista cuando deambulo por el pasillo. No escucho ruidos de la habitación de Demetrio ni la de Alessandro, así que bajo las escaleras esperando encontrar alguien en planta baja. Probaré como será el trabajo, le daré una oportunidad y si tengo que salir corriendo, no dudaré en hacerlo.
Mi estómago gruñe cuando ingreso a la cocina, tan grande, imponente y pulcra que me recuerda esas mansiones que miraba en las revistas con altos techos curvos en los que los ojos se me van. Hay una estufa inmensa, dos refrigeradores con dos amplias puertas contramarcadas con la letra C y que decir de los cajones anclados a las paredes que seguro están tan llenos como lo debe estar lo demás.
No toco nada, solo salgo y evito tocar algo. Lo menos que quiero es que algo se rompa y tenga que pagarlo con un dinero que no tengo y que no tendré nunca.
Entro a un cuarto prácticamente escondido antes de llegar a la puerta corrediza a la derecha. Es un cuarto de lavado, amplio y lleno de lavadoras grandes. El montón de ropa sucia acumulada en el cesto de la esquina me invita a caminar hacia este. No sé qué haré aquí, pero bien puedo comenzar mi trabajo ahora y ganarme un bocado de comida pronto.
Sé cómo lavar, sé cocinar, y por supuesto que no fui criada para ser una buena para nada. A pesar de que papá odiaba verme en la cocina, me escabullía, trataba de aprender de todo lo que veía y vaya que lo agradezco ahora mientras divido la ropa blanca de la de color al igual que el sin fin de vaqueros que encuentro y de trajes que parecen necesitar cuidado especial.
Aprendo a usar las lavadoras en cuestión de minutos, luego de asustarme por el ligero pitido que pensé que indicaba que algo andaba mal cuando lo cierto es que solo me dijo que todo estaba bien.
Dos horas después, la última porción de ropa en la secadora me avisa que es tiempo de sacar y doblar en las cinco pilas de ropa que ya había iniciado. Me mareo al hacerlo, la falta de comida en mi organismo me acusa y amenaza con dejarme caer, pero con la porción de papas que encontré en la basura hace dos noches, me mantengo.
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SALVATORE [+21]
RomanceAunque huyan, no llegarán muy lejos. Aunque se escondan, siempre los encontrarán. Y aunque recen, no habrá un lugar en el cielo para ellos. Porque no hay redención para aquellos que han nacido en el pecado incluso si nunca quisieron ser parte de est...