CAPÍTULO 38

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Alessia.

El silencio era bienvenido para mí la mayor parte del tiempo cuando vivía en casa de mi padre. Eso significaba que no estaba y no podía hacerme daño con sus gritos y sus golpes.

Pero hoy, un espacio sin voces avasallando mis oídos es incómodo, sobre todo cuando significa justo ahora que me encuentro junto a un hombre cuyo ceño se mantiene fruncido mientras sus ojos no se apartan del camino, luciendo tan iracundos como siempre.

Los labios de Salvatore se mantiene firmes, unidos, sin vacilar. Solo conduce sin reconocer mi presencia luego de lo que pasó. No me siento intimidada, solo disgustada por el caos en el que se ha convertido este día y parte de la madrugada. Ya casi está por amanecer y, a pesar de que no he dormido en absoluto, tampoco siento la necesidad de hacerlo, como si mi cuerpo supiera que, en cualquier momento de inactividad, algo grave fuese a suceder.

La imponente casa que he aprendido a reconocer estos meses, se abre paso a través de los árboles, volviéndose cada vez más grande a medida que nos acercamos a la reja que se abre de par en par, permitiendo nuestro ingreso.

No puedo irme. Eso fue lo que dijo. Y una parte de mí, la cuerda, sabe perfectamente el peligro que corro si lo hago. Por mucho que desee salir, estoy envuelta en algo que odié durante toda mi vida y por primera vez, estoy por resignarme a seguir en el camino que tanto he querido evitar.

El auto se estaciona en la entrada haciendo que me sobresalte por el giro brusco de Salvatore al maniobrarlo. Mis ojos encuentran los suyos cuando se gira por mi intrépida exhalación sin saber el motivo de mi parcial angustia.

Tengo los nervios a flor de piel, mi cuerpo está tan alerta como cuando sabía que papá estaba en casa y, peor aún, borracho.

—Dile a Sandro que te ayude a mover tus cosas —demanda con el tono más exigente que alguna vez les he escuchado.

—¿Mis cosas?

—A partir de hoy te quedarás en la casa principal —suelta.

Mi corazón se acelera en instantes, pero no por el miedo que debería, sino por la forma en que me mira, retándome a que replique porque tiene una respuesta para devolverme las palabras.

A pesar de que deseo hacerlo, pelear, luchar, estoy agotada de lanzar palabras que no serán escuchadas. Y, además, más allá de mi egoísta necesidad de poner una barrera entre el mundo y yo, también soy consciente de que me encuentro en peligro, por ellos y por mí, y no quiero hacer nada que pueda provocar que otras personas salgan heridas.

Así que lo hago, pongo mi seguridad en las manos de un hombre que me arrastró al peligro. Si voy en contra de lo que dice y Julia o la señora Ricci salen perjudicadas, nunca me lo perdonaría, y solo por eso lo hago, porque si bien yo no tengo nada que perder, ellas sí.

Solo asiento antes de bajarme del auto, dejando un rastro severo de confusión en esos ojos azules que no lucen ni un poco cansados como seguramente sí lo hacen los míos. Esta vida, la vida a la que Salvatore pertenece, me angustia, pero un raro pensamiento cruza por mi cabeza al no querer escapar, no solo por mí, sino porque estaría dejando una vida que, aunque angustiante, ya me he acostumbrado.

Algo en mi cabeza me grita que es la misma preocupación que mantenía en casa de papá, pero sé que no, no se siente así. Vivir con los Caruso no se siente como estar en una fosa donde solo puedo tener miedo, se siente seguro a pesar del peligro, como si de verdad alguien estuviese velando por mí.

La idea de correr no solo significaría dejar eso, sino también alejarme de las únicas personas con las que, además de Matteo, mi vida se ha sentido bien, como si hiciera parte de algo más que un trabajo, una familia.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora