CAPITULO 24

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Alessia.

Tomar malas decisiones es mi pasión.

He tomado muchas de ellas desde que salí de casa en Irlanda. A veces me pregunto si esa fue la primera de esa cadena de malas decisiones. A veces, solo a veces, imagino lo que podría estar haciendo en ese lugar que nunca consideré un hogar y del cual siempre quise huir.

La única respuesta que encuentro al final es que sin importar qué, tal vez al final siempre hubiese terminado huyendo.

Cuando una bala viene disparada en tu dirección, la acción más coherente es tratar de esquivarla y no morir en el intento si tienes tiempo de hacerlo, no quedarte a que esa bala te quite la vida en segundos.

Yo debería estar huyendo en la dirección contraria a la que mis pies avanzan por órdenes de mi cerebro traidor que no sabe que bando escoger.

Esto está mal, pero es de esas cosas que por muy incorrectas que sepas que están, quieres hacerla. El retumbar del corazón cuando algo es prohibido, el temor a ser encontrado, la ansiedad por hacerlo. Son cosas que en el pasado nunca creí posible vivir, y que ahora no quiero que se escabullan entre mis manos.

Me abrazo a mi misma, el frío aire nocturno que hace temblar las hojas de los árboles dejando caer el rocío de la noche me pone a titiritar y a maldecir un poco ante mi falta de abrigo.

Nunca tuve escapadas en casa más que la única que me sacó de allí. Tal vez por eso busco el escalofrío de aquello que está mal, la ansiedad al no saber qué hacer y el placer que me produce el hombre al que no veo por ningún lado al momento en que me detengo a nada de llegar al laberinto.

Hay lámparas altas alumbrando un poco el interior, pero la luz es tenue, y me encuentro sola temiendo que alguien me encuentre.

Él no dijo hora alguna, pero lo vi salir hace un rato en medio de la noche cuando yo aún limpiaba la cocina. Él no está aquí.

Nadie lo está.

El pozo en el que caigo hace detener mi corazón por la desazón que acaba por convertirse en decepción una vez pasan los minutos y me sigo encontrando sola.

Esto fue una mala idea. No debí venir.

Miro mis tenis gastados que no me ayudan mucho a abrigarme porque mis pies se sienten fríos en vez de cálidos y confortables. Aún mantengo el vestido de hace unas horas pese a que me di una breve ducha antes de venir buscando colocarme las bragas de las pocas que compré con mi primer sueldo.

Lleno mis pulmones de aire al contar más minutos con el reloj en mi cabeza.

Él no vendrá.

Me giro una vez la noche sigue cayendo y algo de sueño evita que mis lágrimas caigan porque me niego a llorar porque me dejó plantada.

Es un idiota.

Eso es ese neandertal.

¿Qué ganaba con esto?

¿Por qué siquiera vine?

Piso con fuerza al intentar marcharme y me agarro en el árbol que estoy por pasar cuando la carcajada que emerge tras de mí me hace temblar incluso más que el mismo frío inclemente.

—Me preguntaba cuánto tardarías en salir corriendo, pequeña entrometida —sisea Salvatore con voz burlona, pero no me giro.

Escucho fuertes pisadas acercándose y trago con fuerza al momento en que su cálido aliento golpea contra la parte trasera de mi cuello haciéndome saber de qué está demasiado cerca de mí.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora