CAPITULO 23

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Alessia.

En mi antiguo hogar, estaba acostumbrada a las horas de silencio, al eterno vacío que antecede a la tormenta que algunos equivocadamente denominan calma. Estaba acostumbrada a perderme por horas mirando al techo, siendo yo mi única compañía, y solo teniendo un par de palabras con mi hermano al día cuando se encontraba en casa.

Cuando Matteo no estaba, eran días solitarios en mi habitación. Rara vez salía a los jardines porque a padre no le gustaba que dejara la casa y distrajera a los guardias que debían dedicarse a cuidar nuestra casa y no a cuidarme a mí.

Fue difícil cambiar la rutina.

Mucho más acostumbrarme al ruido de las voces que se mezclan con la risa, pero fue agradable la compañía una vez pude acoplarme al nuevo entorno que me rodea.

Julia tiene una risa particular, es baja, pero audible y al tiempo contagiosa, no tan estrepitosa como la de la señora Ricci, pero sí demasiado latente contra las paredes.

Y es esa risa la que me mantiene conectada al mundo exterior mientras corto en trozos pequeños la verdura para la ensalada que la señora Ricci insiste en que siempre debe ir en sus platos.

—Alessia ni siquiera me está prestando atención —revira la joven mordisqueando desinteresadamente un trozo de manzana que agarra de un tazón en un costado—. Auch, tía Beatrice.

Elevo la mirada, la sonrisa que tira de las comisuras de mi boca es inevitable al verla sobando su brazo mientras la mujer a su lado sacude la cabeza en desaprobación.

—Ponte a trabajar —repite lo mismo de hace unos minutos. Julia trabaja, pero se distrae demasiado y eso no parece gustarle a la señora Ricci, la cual tiene más regaños en la boca para ella que otra cosa—. Limpiarás la cocina hoy.

—Pero...

—Y no saldrás, ya te dije —la apunta con un cuchillo provocando que los labios rosados de Julia se frunzan en un puchero que me hace reír—. ¿Quieres acompañarla, Alessia?

Niego rápidamente, pero noto el tono bajo y amable que emplea mientras sus ojos se suavizan en mí.

—Deberías llevarte a Alessia a una de tus fiestecitas. —Me paralizo y dos pares de ojos se enfocan en mí. Julia sonríe como aquel niño que pidió un carro de juguete para navidad y por fin se lo concedieron—. Solo sale al club y a comprar un par de cosas conmigo, debes sacarla más.

—Le he pedido que venga y siempre obtengo una respuesta negativa, tía.

—De hecho, eso suena como un castigo para mí, señora Ricci —trato de reír, pero ambas notan como mi risa sale nerviosa, desigual y termino cortando mal las verduras.

—Tonterías.

Sin embargo, se concentra en la comida sin prestarnos mayor atención a su sobrina o a mí. Lo agradezco realmente. No quiero hacer un desplante más a Julia, pero aún no me siento cómoda saliendo de la casa.

—Beatrice, dime que tienes algo para mí.

La voz divertida y cansada de Demetrio me llega desde un par de metros y levanto la mirada. Sus ojos azules lucen algo apagados, y su camiseta azul está teñida de rojo con algunas salpicaduras que rápidamente me digo a mi misma que no hacen parte del modelo.

Julia baja la cabeza al darse cuenta de ello, ninguna de las dos pregunta, y solo el grito horrorizado de la señora Ricci hace que ambas volvamos a levantar la vista solo para encontrarla con sus ojos clavados en el menor de los dueños de la casa.

—¡Demetrio! ¡¿Por qué vienes así?! —Sus ojos caen temerosos en nosotras—. Alguien puede verte.

Alguien yo supongo.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora