Salvatore.
Alessandro me observa desde la distancia con una calma que no se compara en lo más mínimo con la furia infernal que corre por mis venas en este momento.
Sus ojos siguen mis pasos, sus brazos permanecen firmes a lo largo de su cuerpo, despreocupado, mientras que yo, en medio de toda la rabia que no consigo contener, sujeto con fuerza el cuchillo que luego entierro sin culpa alguna en el abdomen del imbécil cuya sangre se desborda por cada agujero que le he hecho en el cuerpo en las últimas dos horas.
Las lágrimas se deslizan por sus ensangrentadas mejillas bajo un dolor que no es ni de cerca el peor que puedo infligir. Sus suplicas me aturden los oídos porque odio cuando claman piedad, detesto ver la debilidad que demuestran haciéndome saber que no están hechos para este mundo de porquería que yo dirijo.
—¿Quién mierda te envío a mi territorio, maldito cabrón? —pregunto, exigiendo una respuesta al girar el mango del cuchillo que mantengo enterrado en su interior.
No responde, solo entorna los ojos, balbuceando palabras que no me tomo el tiempo de intentar descifrar mientras la saliva que escupe termina siendo un charco de sangre alrededor de mis jodidas botas.
—¿Quieres que siga yo?
La voz de mi hermano no me inmuta ni un poco, solo me obliga a negar, pero espero a que se acerque, colándose a mi lado frente al bastardo que pensó que tratar de seducir a las empleadas de mis clubes era buena idea para conseguir información.
El pelinegro nos mira, detalla las similitudes y diferencias que saltan a la vista sin saber que, pese a que no nos parecemos en la vestimenta, tenemos la misma bestia y el mismo tipo de maldad y sed de sangre corriéndonos por las venas.
Alessandro da un paso al frente, sobrepasándome, pero generando un alivio que se refleja en los ojos del hombre creyendo por un segundo que mi hermano es su maldito salvador. La ráfaga de alivio se desvanece una vez suelto el cuchillo y en su lugar Alessandro lo empuña, sacándolo hasta que lo lleva a su rostro en tanto empuña su cabello sucio con la otra mano.
—Yo no soy mejor que él, así que te recomiendo hablar porque si me dejan a solas contigo, te arrancaré las uñas con pinzas hasta que hables —amenaza con severidad, no hay rastro alguno de burla, solo una promesa implícita en sus palabras cargadas de verdad—. Y luego, iré por los dedos.
Doy un paso al frente, igualando el lugar de mi hermano, el cual me observa por el rabillo del ojo. Sé que no puedo quedarme más, que debo dejar que ocupe mi lugar ahora, pero que ganas tengo de permanecer en estas cuatro paredes de la sucia bodega en la parte trasera de unos de los clubes, siendo participe de la tortura que le va a infligir Alessandro a este cabrón.
—No quiero que se muera sin hablar —exijo en dirección al castaño a mi lado en español, viendo la incertidumbre plasmarse en los ojos del italiano que sabe que le espera una muerte dolorosa si decide mantener la boca cerrada.
—Considéralo hecho, hermano —contesta esta vez esbozando una salvaje sonrisa que no llega a sus ojos.
Me aparto sin limpiarme las manos, pero me detengo en la puerta cuando estoy a medio salir, viendo a mis hombres intentar sostenerme la mirada en vano.
—Y quiero su maldita lengua llena de sangre colgando de la puerta de mi oficina en este mismo club —digo lo suficientemente alto para que todos en la bodega me escuchen, incluyendo el imbécil que comienza a quejarse haciendo que las cadenas que lo retienen resuenen con fuerza.
Conducir no me calma las ganas de golpear algo como normalmente lo hace, al contrario, el acelerador no funciona con la suficiente potencia como para saciar la adrenalina que corre por mis venas mientras recorro las calles de Palermo hasta llegar a la parte trasera de la vieja gasolinera fuera de servicio en la que me reúno de vez en cuando con algunos de mis contactos.

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SALVATORE [+21]
RomansaAunque huyan, no llegarán muy lejos. Aunque se escondan, siempre los encontrarán. Y aunque recen, no habrá un lugar en el cielo para ellos. Porque no hay redención para aquellos que han nacido en el pecado incluso si nunca quisieron ser parte de est...