CAPITULO 7

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Alessia.

Limpiar me gusta, aunque para muchos suene extraño. Es como si de alguna manera el quitar la suciedad de las cosas me ayudara a quitar la oscuridad que me abruma en mi interior.

Respiro hondo al tirar la esponja a un lado tras ver la encimera limpia, sin las migajas que dejaron los hombres al desayunar hace un par de minutos. Todo está en silencio, solo escucho a lo lejos los ladridos de los perros que trajo Demetrio anoche, pero que se marchan según lo que veo al echar un vistazo por la ventana en dirección a la reja entreabierta por la que el menor de los hermanos se marcha.

Quito las hojas secas de los rosales en la entrada de la casa de los empleados, siguiendo durante toda la mañana por el camino de piedras cuyas plantas también tienen un par de hojas secas. Julia no está, su partida hace unas horas con la señora Ricci fue un completo caos luego de que casi no encuentro la forma de negarme a su petición de acompañarlas para abastecerse para la cena de navidad que quieren preparar.

A Julia le hace mucha ilusión la velada de esta noche, en la que según ellas, solo seremos las tres y puede que Demetrio llegando a robar algo de comida.

No he celebrado navidad desde hace quince años. No fui la niña que tenía regalos bajo un árbol inexistente, y de hecho, las celebraciones siempre acababan con papá golpeando a mamá cuando llegaba borracho con olor a perfume de otra mujer.

No me gusta la fecha, y preferiría quedarme encerrada hoy, pero sé que de la mano de Julia será imposible y no quiero hacerla sentir mal con mi indiferencia, aunque salir fue uno de los límites que no me atreví a cruzar hacer horas.

El miedo a salir fue más fuerte que mis ganas de mirar algo más que árboles.

Es lo que hago. Mirar la lejanía y la profundidad del lugar que me rodea en las mañanas y al caer la noche. A veces, incluso preguntándome qué habría sido de mí si Alessandro y Demetrio no me hubiesen encontrado hace semanas.

También he dispuesto mi tiempo a observar, a escuchar en los rincones mientras limpio. Estos hombres no están en nada bueno, pero luego de lo que he vivido y escuchado en las calles, sé que si estoy en su lado bueno, estoy a salvo. En las calles aprendí que a veces, estar del lado de la bondad no es siempre la mejor opción, que solo estás seguro si haces parte del círculo intocable de poder.

Este parece serlo.

Pero también, no hablar se convirtió en mi forma de protegerme. Escuchar sin opinar, sin atreverme a emitir sonido alguno para no ser detectada.

Esa es mi vida.

—Alessia. —Salto sobre mis pies, trastrabillando y cayendo hacia el frente al tropezar con las tijeras de jardín a mi costado—. Mierda.

Hago una mueca, mi boca se contrae y mis palmas arden al raspar contra las piedras. Me giro, mirando de frente a los ojos parcialmente divertidos y preocupados de Demetrio, luchando contra el impulso de ver mis palmas que arden.

—¿No te habías marchado? —Demetrio niega, su cabello mojado se sacude un poco y soy yo la que menea la cabeza en negación al momento en que me tiende su mano para ayudarme a ponerme en pie—. No es buena idea si no quieres escucharme gritar por el ardor.

Levanto mis manos para mostrarle mis palmas raspadas y él con una sonrisa ladeada, aprovecha el movimiento para rodear mis muñecas, tirando de mí hasta que quedo sobre mis pies con un ligero chillido ante la sorpresa.

—Eres algo gritona, ¿no, piernas?

Le lanzo una mirada por encima del hombro, mi ceño se profundiza.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora