CAPITULO 19

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Salvatore.

No me gustan las sorpresas si no soy yo quien está tras ellas.

Odio que quieran tomarme por idiota cuando no lo soy.

Y es por ello que mi mirada fulminante no solo se dirige a Andrés Morales una vez bajo de la camioneta acoplándome al inclemente sol de Cartagena de Indias, sino también a las personas que rodean la entrada y que reconozco casi de inmediato.

Anastasia, la hija del tío Aurelio saluda a su Sottocapo al verla llegar al igual que lo hace Marcello Venturi, su esposo, el cual me lanza dagas con sus ojos al notar mi entrada porque aún le duele el orgullo porque me follaba a su esposa cuando no estaban casados.

¿O será que el golpe que se dio hizo que se le olvidara eso también y me odia por otras razones ahora?

No tenía ni puta idea de que ellos estarían aquí, mucho menos que los otros socios de los que hablaba Andrés eran ellos. Si pudiera tomar mi palabra de vuelta, lo haría, pero mi dinero está en juego así que ni me inmuto por la presencia de la Doña de la CAOV o el Don de la VOAC porque mis negocios no están en España como los suyos, sino en Italia, y de no ser por el tío Aurelio, no tendría nada que ver con ellos.

Marcello Venturi y yo nunca hemos hecho tratos, el hombre lidera en España con Anastasia y a mi me vale mierda lo que hagan. Sin embargo, incluso desde antes del accidente donde estuvo involucrado, me detesta, y sé que es por la mujer que ni siquiera se le acerca a medida que camina luciendo elegante incluso con ropa de ejercicio.

Andrés nos conduce por su casa hasta el salón donde una gran mesa nos espera. Todos nos sentamos, pero la tensión se podría cortar con un par de tijeras a medida que el colombiano habla como si no se percatara de ello.

Los negocios me trajeron aquí, pero no tenía idea de que Anastasia también estaría. No estoy en mis mejores términos con ella porque la falta de sensatez que ha implementado en sus decisiones ha perjudicado mis negocios también.

—Yo no estoy de acuerdo en integrar más personas al negocio —habla Venturi capturando las miradas de todos, pero concentrando su atención solo en el colombiano—. Tenemos los medios, el dinero, los contactos. Agregar más gente solo genera sospechas y de paso, tendríamos que dividir unas ganancias que de por sí ya están divididas de más.

Sostengo con fuerza los cubiertos, queriendo clavarselos en los ojos porque sé bien que sabe que yo fui el de la idea de meter a los distribuidores en Norteamérica.

—Necesitamos alguien que nos distribuya en Asia y Norteamérica —me tomo la palabra sin preguntar nada mientras que los ojos marrones del hombre no se apartan de los míos—. ¿Es muy difícil comprenderlo?

—Tal vez lo difícil de comprender es que «distribuidores» no significa «socios» —espeta Marcello, deteniendo sus ojos solo en mí con superioridad. Se los quiero arrancar—. ¿O los significados de esas palabras cambiaron recientemente?

Estrello los cubiertos contra los platos y escucho la maldición de Andrés que solo es interrumpida porque Anastasia se coloca de pie sin mirarnos y se larga como si no le importara en lo absoluto que estoy a dos segundos de sacar mi pistola y dejarla viuda.

—No sé qué demonios pasa con ustedes, pero...

—Esta reunión debe terminar después si no quieres un muerto decorando tu comedor, Andrés —le advierto colocándome de pie.

Marcello me imita, la ferocidad en sus ojos nunca me ha importado y sabiendo que su relación con Anastasia no está en buenos términos, lo provoco saliendo por el mismo pasillo por el cual salió su mujer, pero importándome tan poco hablar con ella como hablarle al patético idiota de su marido.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora