CAPITULO 39

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Alessia.

He dado vueltas por el mismo sitio durante quince minutos. Sorpresivamente, no me he perdido. Aunque me temo que sé los motivos. Durante días se ha vuelto una rutina: fácil de seguir, pero difícil de entender para mí.

Clavo los ojos en la banca que me indica que he llegado a la entrada del laberinto luego de perderme por casi una hora, sin adentrarme tanto como para perderme, pero dándome ese respiro que por días he necesitado a fuerzas.

El reloj que me rodea la muñeca indica que van a ser las cinco, ya casi comienza a anochecer y es esa mi señal para volver y ayudarle a la señora Ricci con la cena.

Al igual que todos estos días, me sonríe al ver que entro por la estrecha puerta de la cocina. Julia no está en casa, viajó con Alessandro y extrañamente nadie habla de ello, como si no hubiese sucedido. Así que solo somos la señora Ricci y yo. Yo acompañada de la mujer que para mi sorpresa no ha mencionado nada con respecto al hecho de que ahora duermo en la segunda planta de la casa principal.

He esperado durante mucho tiempo a que traiga el tema a colación, poniéndome nerviosa cada vez que trata de entablar una conversación conmigo, notando que estoy más callada de lo habitual.

Sobrepensar las cosas se ha convertido en mi pasatiempo favorito.

Y algunas veces, las conclusiones a las que llego distan mucho de ser satisfactorias para mi angustiado cerebro que intenta enfocarse en lo bueno y no en aquello que puede causar daño.

—Demetrio no cenará aquí hoy —me informa la mujer cuya voz casi provoca que el tazón de la ensalada se deslice entre mis manos de gelatina—. Así que puedes llevarle la comida a Salvatore a su oficina e irte a dormir, Alessia.

—Pero...

Las comisuras de sus labios se elevan aún más, interrumpiendo cada palabra que amenaza con salir de mis labios. He tratado de evitar al hombre estos días, más que todo porque no logro procesar todo lo que ha sucedido, ni aquellas palabras que no supe cómo interpretar.

Hay tantos motivos por los cuales debería huir, pero me aferro al único que me dio para quedarme.

—Salvatore salió. Pidió que dejara su comida en la oficina antes de que tú llegaras de tu paseo de las tardes —comenta con algo de diversión reflejándose en su tono casi animado. Lo ha intentado mucho últimamente, sacarme sonrisas con su voz cantarina y maternal—. Puedes ir tranquila, Alessia. Yo me haré cargo de los hombres que esperan su cena a un par de metros para que no tengas que soportar chistes que parece que no te vendrían bien.

—Yo no quiero que piense que yo... —carraspeo, indecisa. La mala elección de palabras me ha crucificado estos días—. Puedo hacer el trabajo, señora Ricci. Sé que he estado un tanto distraída, pero yo...

—Sé que puedes hacer tu trabajo, Alessia, y no estoy evitando que lo hagas —interviene, callándome de golpe—. Pero necesitas un respiro. Así que lleva esa comida y ve a dormir.

Se mantiene mirándome, elevando una ceja al percatarse de que mis pies se quedan pegados al suelo sin saber si hacerle caso a mi cerebro que le pide que actúe y vaya a trabajar.

—Es una orden —hace énfasis como si yo no lo hubiese entendido.

Su risa me persigue al tomar la bandeja de plata con ambas manos, y mantengo los ojos fijos en el gran óvalo de plata que salvaguarda la comida de Salvatore. Llegar a su oficina no es un consuelo, y extrañamente, no siento alivio al no encontrarlo. Al contrario, el corazón comienza a latirme en el pecho con una fuerza que desborda un río de emociones a lo largo de mi sistema.

SALVATORE [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora